
Cuando un copiloto se baja del auto, algo grave pasa. Y si ese copiloto es Robert Reid, vicepresidente deportivo de la Federación Internacional del Automóvil (FIA) y segundo en la línea de mando del organismo que regula el automovilismo global, el temblor es imposible de ignorar.
Su renuncia, con efecto inmediato, no es un portazo: es una denuncia. Un grito. Una alerta roja que salta desde el corazón mismo del poder deportivo. Reid no se va por cansancio, ni por desacuerdos menores. Se va porque “la brújula moral se desvió”, según sus propias palabras. Porque se cansó de ver cómo las decisiones empezaron a tomarse “a puerta cerrada”, ignorando las normas de gobernanza y traicionando el espíritu democrático que debería regir a la FIA.
Lo que parecía una gestión estable bajo la presidencia de Mohammed Ben Sulayem empieza a mostrar grietas profundas. Grietas que ya no se pueden maquillar con comunicados diplomáticos ni fotos sonrientes.
DEL WRC AL DESPACHO: LA CAÍDA DEL COPILOTO INCÓMODO
Reid no es un burócrata más. Es un tipo con historia. Campeón del mundo como copiloto en el WRC junto a Richard Burns en 2001, y más tarde uno de los artífices de la profesionalización del automovilismo británico. En 2021 aceptó el desafío de ser vicepresidente deportivo de la FIA, con la promesa de reforzar los mecanismos de transparencia y la participación de los miembros en las decisiones clave. Pero lo que encontró, con el tiempo, fue otra cosa.
En su comunicado de renuncia, Reid habla de una “erosión constante de los principios”. De decisiones tomadas “sin el debido proceso”, de estructuras ignoradas y de órganos como el Senado y el Consejo Mundial del Motor completamente pasados por alto. Una situación que, según él, lo llevó a una única salida posible: bajarse del barco antes de ser cómplice de algo en lo que ya no cree.
EL SILENCIO COMO MÉTODO, LA EXCLUSIÓN COMO CASTIGO
La renuncia llega días después de que Reid -junto a David Richards, presidente de Motorsport UK- fuera excluido de una reunión clave del Consejo Mundial por negarse a firmar un acuerdo de confidencialidad impuesto por el propio Ben Sulayem. Un gesto autoritario, según múltiples voces, que revela un estilo de conducción más cercano al verticalismo corporativo que a una federación deportiva.
La negativa de firmar no fue un acto de rebeldía personal, sino un acto de defensa institucional. Reid y Richards consideraron que ese acuerdo impedía discutir libremente asuntos de gobernanza con los clubes miembros y otros actores del ecosistema FIA. La respuesta fue su marginación. Un síntoma más de la atmósfera que se vive puertas adentro.
Reid fue claro: “Mi dimisión no tiene que ver con personalismos, sino con principios. El automovilismo merece un liderazgo responsable, transparente y dirigido por sus miembros. Ya no puedo, de buena fe, seguir formando parte de un sistema que no refleja esos valores”.
BEN SULAYEM Y LA BRÚJULA DESCALIBRADA
El foco inevitable cae sobre Mohammed Ben Sulayem, presidente de la FIA desde 2021, quien llegó con promesas de modernización, inclusión y apertura. Pero sus métodos -según denuncian voces internas- muestran cada vez más señales de concentración de poder.
En su mandato ya hubo polémicas por conflictos de intereses, tensiones con Liberty Media (propietaria de la Fórmula 1), intervenciones polémicas en sanciones deportivas y, ahora, una interna institucional que amenaza con romper el equilibrio político de la federación.
Lo que antes eran rumores de pasillo, hoy tienen nombre y apellido: Robert Reid. Una figura intachable que eligió irse antes que avalar decisiones que —según sus palabras— contradicen los valores fundamentales del automovilismo.
EL AUTOMOVILISMO, EN BUSCA DE SU NORTE
La renuncia deja varias preguntas abiertas. ¿Quién tomará el lugar de Reid? ¿Se abrirá una investigación interna? ¿Los clubes miembros exigirán un cambio de rumbo? Lo que queda claro es que la fractura existe. Y no es menor.
Reid cerró su mensaje con un llamado urgente: “Insto a todos los clubes miembros y partes interesadas de la FIA a que exijan mayor responsabilidad a los dirigentes de la federación”. Un mensaje que no apunta solo a Ben Sulayem, sino al sistema en su conjunto. A una cultura que, si no se revisa, puede volverse irreversible.
Porque cuando el copiloto se baja del auto, ya no hay nadie que lea las notas en la curva siguiente. Y el riesgo de salirse del camino crece.