Si en la actualidad los pilotos de la Fórmula 1 son celebridades con contratos multimillonarios eso es en parte gracias a una huelga que puso en jaque a la máxima categoría. Esta singular medida de fuerza ocurrió en enero de 1982 en medio del Gran Premio de Sudáfrica, la primera fecha de aquel campeonato.
UN DESAFÍO AL STATUS QUO
A principios de la década de 1980 la F.1 vivía cambios significativos. En un contexto marcado por las constantes tensiones entre la Federación Internacional Deportiva del Automovilismo (FISA por su sigla en inglés), que dependía de la Federación Internacional del Automóvil (FIA), y la Asociación de Constructores de la Fórmula 1 (FOCA) por el dinero que se movía en el Mundial, los pilotos se encontraron en el centro de una disputa por sus derechos.
A fines de 1981, la FISA les envió a los pilotos una carta para notificarlos de la introducción de la Superlicencia, el nuevo permiso obligatorio para competir en la categoría. Esta iniciativa, que contaba con el respaldo de los equipos, incluía ciertas medidas restrictivas sobre los contratos y hasta limitaba la libertad de expresión de los pilotos. El austríaco Niki Lauda fue uno de los primeros en identificar las trampas ocultas en la Superlicencia y fue quien encendió la mecha de la rebelión.
Como primera medida, los conductores debían comprometerse a competir para un equipo de manera exclusiva y determinar las fechas de vigencia del contrato, impidiéndoles de esta manera romper su relación con las escuderías cuando no estaban conformes con la atención que recibían o con la competitividad de sus vehículos, algo muy común en aquellos años.
Además, debían comprometerse a no realizar declaraciones contra la FIA que “puedan molestar a los intereses materiales o morales o a la imagen del deporte automovilístico o al Campeonato Mundial de la FIA”.
Por último, debían comprometerse a no recurrir a la justicia ante ciertos conflictos ya que la FISA les podía retirar la Superlicencia. “En el caso que una protesta de cualquier naturaleza pudiera producirse, ni yo, ni mis herederos, ni mis apoderados, podrán recurrir a ninguna acción que no sea el procedimiento del Código Deportivo Internacional”, se especificaba.
Aunque la mayoría de los pilotos firmaron y enviaron la nota sin analizarla detenidamente, hubo un pequeño grupo entendió que eso los perjudicaba. Este grupo estaba integrado por el propio Lauda, líder natural en la lucha por su habilidad para negociar contratos y su experiencia empresarial; el argentino Carlos Reutemann, el canadiense Gilles Villeneuve, los italianos Andrea de Cesaris y Bruno Giacomelli y los franceses Didier Pironi, presidente de la Asociación de Pilotos de Grandes Premios (GPDA); René Arnoux y Jacques Laffite.
UNIÓN Y RESISTENCIA
El miércoles 20 de enero de 1982, en vísperas del Gran Premio de Sudáfrica, los 31 pilotos de la Fórmula 1 tomaron una decisión audaz: unirse en un acto de resistencia. Abandonaron el Bungalow Kyalami Ranch donde estaban alojados y se instalaron en el salón de eventos del Sunnyside Park Hotel. Tras esta medida comenzaron las negociaciones, mientras enfrentaban amenazas de sanciones por parte de la FISA. La FOCA, por su parte, recibía advertencias de embargos de los promotores del Gran Premio.
De la treintena de pilotos solo dos decidieron abandonar la huelga: el alemán Jochen Mass y el italiano Teo Fabi, quien no solo dejó la medida de fuerza, sino que se reunió con el francés Jean-Marie Balestre, presidente de la FISA y la FIA; y el inglés Bernie Ecclestone, titular de FOCA; para contarles los planes de sus colegas…
La firmeza de los pilotos obligó a la FISA y a FOCA a negociar. El mismo viernes en que debía iniciarse la actividad en el autódromo de Kyalami, Balestre y Ecclestone se reunieron con Pironi, como máximo referente de la GPDA. Se acordó correr en Sudáfrica y seguir en París con las charlas para tratar de llegar a un acuerdo sobre el tema de la Superlicencia.
Pero la FISA no perdonó la insurrección. Después de la carrera que ganó el francés Alain Prost (Renault), la entidad multó con 10.000 dólares a Pironi, Villeneuve, el italiano Ricardo Patrese, el propio Prost, Lauda, Laffite y Giacomelli, además de retirarles la Superlicencia por cinco carreras; mientras que el resto de los corredores fueron sancionados con 3.000 dólares y la perdida del permiso por dos GP’s. Obviamente, Fabi y Mass no tuvieron ninguna pena…
La dura medida tomada por el ente rector encontró oposición en el legendario Enzo Ferrari, que se alineó con los pilotos en su lucha. En una carta pública condenó las sanciones injustas impuestas por las autoridades y defendió la integridad deportiva de la Fórmula 1 demostrando su apoyo inquebrantable.
Tras intensas tratativas, las sanciones fueron levantadas, mientras que se implementaron cambios en los contratos entre equipos y pilotos, permitiendo vínculos más duraderos, aunque con algunas excepciones notables en años posteriores como el acuerdo por carrera que rubricó el brasileño Ayrton Senna con McLaren en 1993.
Sin dudas, la revuelta de los pilotos en enero de 1982 marcó un punto de inflexión en la historia de la Fórmula 1. Fue un suceso poderoso de la importancia de los derechos de los corredores en un deporte dominado por la velocidad y, por supuesto, el dinero.