El automovilismo argentino enfrenta hoy su propia “batalla cultural”. Pero no hablamos de bandos de fanáticos ni de rivalidades entre marcas; esta guerra se libra entre dos instituciones que se disputan algo mucho más valioso que los podios: el poder. Por un lado, el Automóvil Club Argentino (ACA), con su histórico respaldo de la Federación Internacional del Automóvil (FIA). Por el otro, la Asociación Corredores de Turismo Carretera (ACTC), una entidad que hace décadas decidió emanciparse para construir su propio feudo.
La tensión entre ACA y ACTC no es nueva, pero alcanzó un punto de ebullición hace un año, cuando la ACTC incorporó bajo su ala a categorías como el Turismo Nacional y el Turismo Pista, previamente fiscalizadas por el ACA. Oficialmente, el cambio se debió a “desacuerdos con la gestión” del ACA. Sin embargo, todos coinciden en que el verdadero desencadenante fue la decisión del ACA de centralizar la emisión de licencias deportivas y médicas, lo que quitó a la ACTC una fuente importante de ingresos y control.
Desde entonces, la ACTC parece tener un objetivo claro: consolidarse como la entidad más poderosa del automovilismo argentino. Y, en buena medida, lo está logrando. Con más de 8.000 licencias bajo su órbita, maneja un flujo económico que antes beneficiaba al ACA. Además, no ha dudado en sumar a sus filas a exfuncionarios clave de la Comisión Deportiva Automovilística (CDA) del ACA, como el ingeniero Alfredo Menéndez, para potenciar su expansión.
Es innegable que la CDA no ha gestionado de manera óptima el automovilismo en los últimos años. Las quejas sobre su desinterés eran moneda corriente en los autódromos. Sin embargo, desde finales del año pasado, el ACA parece estar intentando “enderezar el auto”. Aunque las críticas persisten, especialmente desde el sector más leal a la ACTC, hay quienes reconocen que la institución parece tomar medidas para retomar el control.
El acuerdo que rompió la ACTC y que pone en jaque al automovilismo argentino
¿Será suficiente? El reciente encuentro entre César Carman, presidente del ACA; y Hugo Mazzacane, titular de la ACTC, podría interpretarse como un intento de acercamiento, pero no hay señales de que el conflicto esté cerca de solucionarse. De hecho, la FIA ya advirtió que para volver a ser sede de eventos mundialistas, el automovilismo argentino debe demostrar una organización coherente y unificada, algo que hoy parece lejano.
En este cruce de caminos, la ACTC ha sabido posicionarse para el ojo de algunos fanáticos como el “salvador” del automovilismo nacional, aunque su aura de paladín tiene manchas evidentes. Desde las irregularidades en el reglamento técnico del Turismo Carretera hasta la controvertida práctica de invitar selectivamente a pilotos para correr en el TC como herramienta de presión, la ACTC también tiene sus sombras. Y aunque sus seguidores prefieren no mirar estas inconsistencias, no se puede ignorar que este comportamiento erosiona la credibilidad de la institución.
Eso, sin mencionar que su decisión de crear el Turismo Carretera 2000, una versión “alternativa” del históricoT TC2000, parece más un capricho estratégico que una solución para el crecimiento del automovilismo. En ese sentido el ACA no se queda atrás… En lugar de potenciar lo poco con lo que se ha quedado busca recuperar terreno con iniciativas como el Campeonato Argentino Pista, un intento de reemplazar al Turismo Pista.
Mientras ACA y ACTC continúan enfrentados, pilotos y fanáticos quedan en medio de una disputa que los deja en tierra de nadie. La duplicación de categorías confunde al público, mientras la falta de cohesión frena el potencial de Argentina para destacar en el escenario internacional. Paradójicamente, mientras Franco Colapinto se destaca en la Fórmula 1, el deporte motor nacional pierde relevancia, opacado por divisiones que parecen insalvables.
Es imprescindible que ambas instituciones dejen de lado los intereses propios y prioricen el bien común. Si siguen acelerando en direcciones opuestas, la actividad seguirá patinando sin avanzar.