
El canadiense Jacques Villeneuve, campeón de Fórmula 1 en 1997, soltó la bomba con la naturalidad de quien no tiene que rendirle cuentas a nadie. “Es rápido, pero también choca. ¿Cuál Colapinto vamos a ver?”. A horas de que Franco Colapinto desafíe al callejero de Montecarlo, escenario del Gran Premio de Mónaco de F.1, las palabras del hijo de Gilles Villeneuve caen como una piedra en el parabrisas de la expectativa argentina.
Villeneuve, siempre ácido, siempre polémico, se refiere al piloto argentino como un “crasher”, ese término tan lapidario como pegajoso. ¿El motivo? La serie de accidentes que tuvo el argentino desde que llegó a la Máxima.

Durante su estadía en Williams, Colapinto se pegó en los entrenamientos del GP de Azerbaiyán, dos veces en el GP de Brasil (clasificación y carrera) y en la qualy del GP de Las Vegas. A eso se suma el golpe del último sábado en la Q1 del GP de Emilia-Romaña en su debut con Alpine.
Pero tampoco lo condena: reconoce que es veloz, que tiene espaldas financieras y hambre. El dilema, entonces, es puro automovilismo de alto riesgo: ¿será Franco capaz de mantener su velocidad sin cruzar esa delgada línea entre la agresividad y la destrucción? Villeneuve dice que hay un 50-50. “Pronto lo descubriremos… Tuvo un año para digerir la temporada pasada”, explicó Villeneuve.

Desde que reemplazó a Logan Sargeant en Williams el año pasado, Colapinto mostró cosas que pocos rookies logran en su primer año: cinco puntos en nueve carreras, ritmo en clasificación y una actitud que recuerda a los viejos zorros del deporte. Pero también estampó autos en Bakú, Brasil, Las Vegas y ahora Imola.
VILLENEUVE, LA VOZ INCÓMODA QUE NO CALLA
Jacques no habla porque sí. Es campeón del mundo, hijo de una leyenda, y sobreviviente de una era más cruel. Su frase no fue casual ni decorativa: fue un dardo con nombre y apellido en el contexto de una “audición de cinco carreras” donde Colapinto no solo debe medirse con Pierre Gasly, sino también convencer a Flavio Briatore y al fondo saudí que sostiene a Alpine.

“Tiene apoyo (económico), así que ya aporta algo que el piloto anterior no tenía”, disparó Villeneuve, con la puntería de quien ya jugó ese juego de política y paddock. No hace falta aclarar que el “piloto anterior” es Jack Doohan, hijo de otra leyenda, que fue relegado tras una temporada en blanco.
Villeneuve insinúa -sin decirlo- que el asiento de Franco también tiene un valor extradeportivo. Pero, ¿acaso eso le resta mérito? En absoluto. En la Fórmula 1 actual, nadie corre sin respaldo y talento, y Colapinto -aunque le pese a Jacques- tiene bastante de ambas cosas.
¿QUÉ FRANCO VAMOS A VER?
Villeneuve lo preguntó como quien tira una ficha al casino. Pero esa misma pregunta resuena con otra carga en los boxes de Alpine y en cada rincón de la Argentina tuerca: ¿estamos ante el nacimiento de un referente o ante otro espejismo?
Franco Colapinto camina la cuerda floja de los que quieren hacer historia. De los que no se conforman con ser prolijos. De los que, para brillar, están dispuestos a rozar el abismo. A veces, para no chocar, hay que dejar de acelerar. Pero también, si no acelerás… nunca llegás.