“Es mucho más fácil hacerle cambiar de ideas a la gente que hacerle cambiar de costumbres. Por medio de esta sencilla conclusión se puede entender con mucha más claridad tantas permanencias serias y otras que no lo son tanto. La humana inclinación por encadenarse a la costumbre justifica -por ejemplo y en el plano de las cosas menos serias- la tenaz resistencia de las cupecitas a morirse, a desaparecer extinguidas por haber finalizado su ciclo biológico”.
Así era el primer párrafo de un singular informe realizado por el periodista Enrique Sánchez Ortega para la revista CORSA. Ese era el preámbulo elegido para introducir al lector de 1974 en una investigación que tenía como fin saber a dónde habían ido a parar las cupecitas que el Turismo Carretera había utilizado en sus primeros años de vida. Un interrogante con cierta lógica.
“La categoría evolucionó, mejoró, se transformó, cambió, recorrió un largo camino. Hoy los coches de TC tienen tanto del concepto de cupecitas como un saxofón con Los Chalchaleros”, ejemplificaba el periodista.
“Pero como son una costumbre no pudieron adaptarse al cambio y tomaron su propio camino en el orden natural. Un poco como se dio con el hombre y los monos. Que de repente un simio se apioló que había algo más allá y de arrastrarse pasó a caminar erguido. De allí parece que provenimos todos nosotros. Pero, por otra parte, el resto de los monos, tenazmente reaccionarios a la transformación, siguieron manteniendo los hábitos tan simpáticos y característicos propios de esta clase de animalejos superiores. Pero siempre siguieron siendo monos”, aclaraba.
“Las cupecitas de TC se aferraron a un camino muy parecido. Y ojo que no es cuestión de pensar una vez más en que si la obligación es escuchar el imperativo de la permanente ascensión en la búsqueda de la mejora mecánica. Al contrario. Si las cupecitas sobreviven por algo es. Y la causa ya la encontramos, es bastante sencilla”, continuaba el relato.
Luego Sánchez Ortega exponía su teoría: “Fíjense ustedes si no puede ser acertada: en aquellos días en que se pasó de los Ford y Chevrolet de preguerra de dos puertas pichicateadas hasta donde más no se podía a modernos prototipos con todo el apoyo y la guita de fábricas y equipos fuertes se armó un frente bastante amplio de incondicionales oponentes a pasar de una cosa a la otra ¿se acuerdan? Bien. Ingenuos, los críticos nos pusimos exactamente en la vereda de enfrente, pero también nuestra postura es plenamente justificable: no podíamos seguir toda la vida con la tenaza y el alambre de fardo en la mano. Nuestro despertar mecánico exigía ponerse al día en cuanto a categorías con el concierto mundial, como se dice. Sobrevino el boom de los prototipos. Pero allí estuvo el pecado. Nos olvidamos que las cupecitas eran una costumbre. Que la diferencia no era solamente reglamentaria sino mucho más filosófica de lo que cualquiera pudo imaginar”.
Y agregaba: “Descubrimos (a lo mejor un poco tarde) que la muchachada tenía una irreverente, pero pura y profunda, vocación por inventar. En ese afán son audaces, empecinados y trabajadores… Cualquiera ligaba de algún lado una cupecita ‘41 cola larga y a partir de allí comenzaba el verdadero y sacrificado goce que, a veces y al final del camino, culminaba con el invento en la grilla de cualquier largada. Y por ahí hasta ganaba y todo”.
Lo cierto es que esas cupecitas que habían quedado en desuso por el Turismo Carretera se diseminaron por el territorio bonaerense. Algunas fueron a parar al TC del Oeste, otras al TC Mar y Sierras y varias al TC Bonaerense. Las tres divisiones tenían características diferentes aunque ciertas similitudes reglamentarias. En algunos lugares privó la inclinación hacia las “Cafeteras”, una clase con muchos más años de arraigo allí que los recién llegados TC. Y estos ligaron ciertas desviaciones como especie. A diferencia de otra zona donde se dedicaron a mantener los coches guardando la mayor similitud con las cupé de otrora.
En la actualidad algunas cupecitas siguen “vivas”, aunque no en estas categorías sino en carreras de regularidad. Todo gracias a cultores del Turismo Carretera de antaño. Algunas son réplicas de vehículos usados por corredores famosos y otras son joyas originales mantenidas por familiares o fanáticos. Sin dudas, el mejor homenaje que estos autos podían soñar.