
“Es muy bueno, está todo bárbaro, pero es un corredor más”. La frase podría pasar por una crítica de box con cerveza tibia, pero no: salió de la boca de Ricardo Caruso Lombardi, un hombre que ha hecho de la verborragia su marca registrada y que ahora, sin una tabla de posiciones del Nacional B que lo distraiga, decidió opinar sobre Fórmula 1 como quien habla del clima o de Gran Hermano.
Caruso Lombardi, que se mueve como pez en el agua en el barro del fútbol argentino, irrumpió en Todo Noticias con un diagnóstico tajante sobre Franco Colapinto tras quedar 20° en la clasificación del Gran Premio de Mónaco: “No pasó del décimo puesto”, dijo, como si analizar la F.1 fuera tan simple como mirar un fixture y sacar conclusiones.
No es la primera vez que un micrófono argentino se llena de ruido sin señal. Pero esta vez hay algo distinto: la opinión desinformada de Caruso Lombardi no es solo una perlita viral o un sketch involuntario de Peter Capusotto, sino el reflejo de una grieta más profunda. La que divide a los que entienden el automovilismo como una disciplina de precisión, estrategia, ciencia y resistencia, y los que creen que un piloto es solo un tipo con plata al que le prestan un auto para que dé vueltas.
COLAPINTO: UNA CAMPAÑA QUE SE MIDE EN MILISEGUNDOS
Colapinto clasificó último en el GP de Mónaco, sí. Pero hasta en eso hay que saber mirar: estuvo a 1.1 segundos del líder en un circuito donde el margen entre el primero y el último se mide con lupa, no con binoculares. Su Alpine es hoy, según cualquier análisis técnico, uno de los autos más difíciles de poner en ritmo. Su compañero, Pierre Gasly, también quedó afuera en Q1. Pero eso, claro, no figura en la tabla que leyó Caruso.
¿Dónde estaba Franco hace cinco años? En un kart. ¿Dónde está hoy? En Mónaco, largando una carrera de Fórmula 1, con apenas 21 años, habiendo llegado sin apellidos mágicos ni millones familiares, pero con una carrera forjada en el sacrificio de haberse ido solo a Europa a los 14. Algo que en cualquier país con cultura deportiva se celebraría como hazaña, no como meme.
EL MARADONA DEL AUTOMOVILISMO, VERSIÓN TN
La frase que más repitió Caruso fue esa, que a Colapinto se lo “vendió” como “el Maradona del automovilismo”. ¿Quién dijo eso? Nadie. Pero en Argentina funciona así: si alguien lo tuiteó una vez, ya es parte del relato. Caruso Lombardo lo transforma en dogma y desde ahí construye su argumentación como quien arma una defensa en línea de cinco: apurado, sin entender el rival, pero con mucho grito.
Y es ahí donde el caso Colapinto sirve como excusa perfecta para otra cosa: la urgente necesidad de alfabetización deportiva en torno al automovilismo. Porque la Fórmula 1 no es un show de autos con sponsors. Es ingeniería de punta, gestión de neumáticos, talento al límite, política interna de equipos, aerodinámica, simulación, datos y toma de decisiones en tiempo real a 300 km/h. Es ciencia, no solo espectáculo. Pero eso no se aprende en los debates de medianoche donde el que grita más, gana.
EVANGELIZAR EL AUTOMOVILISMO
La oportunidad es clara. Colapinto está en Fórmula 1, en medio de un proyecto que lo incluye como uno de los pilotos a futuro de Alpine, con apoyo de patrocinadores que creen en su proyección. ¿Qué hace falta? Aprovechar este momento para explicar, difundir, traducir. Mostrar que correr en F.1 no es llegar y besar un trofeo en podio. Que hay escalas. Que hay roles. Que hay autos más competitivos que otros. Y que, sobre todo, no se trata de “ganar o nada”, como en el fútbol de tablón.
La crítica sin conocimiento no suma. Resta. No porque moleste, sino porque perpetúa una idea falsa. La de que la Fórmula 1 es fácil. La de que cualquiera puede hacerlo. La de que si no ganás en tu segunda carrera ya sos un fracaso.
DE LOS TABLONES AL PADDOCK: NO TODO SE GRITA IGUAL
Ricardo Caruso Lombardi representa al argentino que opina sin saber, pero con una confianza ciega en su propia voz. Ese que prefiere el golpe de efecto a la mirada informada. Ese que cree que todo se resuelve con actitud, sin entender que en el automovilismo el coraje es solo una parte del todo. La más espectacular, tal vez, pero no la más importante.
En un país donde el talento se cuestiona más de lo que se acompaña, Franco Colapinto no solo corre contra el cronómetro. También corre contra los opinólogos que jamás entendieron que en Mónaco, un error de un milímetro puede dejarte fuera. Que ser 20° en un auto que apenas se defiende es parte del proceso. Y que si seguimos midiendo a los pilotos como si fueran delanteros sin gol, vamos a seguir viendo pasar oportunidades históricas sin aplaudirlas.
El automovilismo argentino tiene en Colapinto una posibilidad única: volver a tener presencia en la elite global. Pero eso requiere una cultura que entienda y respete los procesos. Que celebre el mérito antes que la medalla. Que sepa distinguir entre ruido y rugido.
Y si vamos a hacer pedagogía sobre la F1. en los medios, que no sea desde los gritos. Que sea desde la información. Porque mientras algunos buscan al “Maradona del volante”, Franco -con paciencia, técnica y carácter- ya está escribiendo su historia. Aunque algunos ni siquiera sepan leerla.
Es loable lo del pibe, pero es extraño tanto apoyo, al paso que va esta más cerca de Mazzacane que de Reutemann. Le dieron el Olimpia de Oro por ganar un par de puntos y acostarse con gatos, cuando se dieron cuenta del groso error y para no quedar en ridículo lo dividieron con el Dibu, campeón de la Copa América. Criterio, algo que a muchos les falta. Caruso tiene sentido común no “sponsoreo”.