Durante la década de 1920 muchos jóvenes de familias nobles, con sed de gloria y aventura, vieron en tecnologías novedosas como las del automóvil o la aviación un campo perfecto para inscribir su nombre en la historia. Ernest Eldridge era uno de ellos… y consiguió su objetivo gracias a un vehículo único, el Fiat Mefistofele, con el que logró batir varios récords mundiales en 1924. Algunos de ellos, incluso, siguen vigentes casi cien años después.
Nacido en 1897 en la alta burguesía londinense, Ernest abandonó sus estudios para luchar en la Primera Guerra Mundial, un conflicto en el que tuvo su primer contacto con el automóvil como conductor de ambulancias; aunque hay historias que cuentan que también sirvió en el Cuerpo de Artillería Francés.
Tras la guerra, Eldridge vivió con intensidad sus dos grandes pasiones, la aviación y los deportes del motor. Un amor por las emociones fuertes que le llevó al mundo de la competición y a un objetivo claro: establecer un récord de velocidad capaz de permanecer en el tiempo. Tenía muy claro el modo de conseguirlo: adaptar el motor de un avión a un coche de carreras.
En aquella época, los “gentlemen drivers” no disponían de un equipo de ingenieros y diseñadores trabajando para hallar la aleación más ligera o el coeficiente aerodinámico óptimo.
En un alarde del “hágalo usted mismo”, los pilotos debían utilizar sus propios automóviles y visitar desguaces y chatarrerías para, con horas de ensayo-error, lograr un coche ganador. En 1921, siguiendo este proceso, desarrolló un automóvil que, gracias a un motor de 240 CV procedente de un avión fue capaz de alcanzar 150 km/h.
Pero aquello no era suficiente. Eldridge confió en la tecnología Fiat de la época comprando un Fiat SB4, un vehículo de competición de 1907, y consiguiendo el propulsor Fiat A. Este motor de seis cilindros y 21.706 cm3, tenía prestaciones muy apreciadas… por los ases del aire a los mandos de aviones de reconocimiento como los SIA 7B o Fiat R2 o bombarderos como el Caproni Ca.44.
Encajar semejante mole en la parte frontal de un automóvil no iba a ser tarea fácil. En el apartado mecánico, Eldridge modificó los cilindros para dotarlos de cuatro válvulas con bujías Magneti Marelli mientras que, para la carrocería, utilizó los restos de un autobús londinense accidentado. El resultado fue un auténtico monstruo capaz de desarrollar 350 CV a 1.800 RPM y de producir un ruido infernal, lo que le valió el apodo de “Mefistofele” con el que ha pasado a la historia.
El Mefistofele pronto llamó la atención del planeta automóvil. Delage, una marca especializada en coches de carreras y su piloto estrella, René Thomas, varias veces campeón de las 500 Millas de Indianápolis, lo retaron a un duelo para intentar batir el récord del mundo de velocidad. Su arma: el Delage V12 “La Torpille” de 350 CV. La cita: julio de 1924 en la Route Nationale 20, cerca de Arpajon (Francia). Eldridge recogió el guante.
Las espadas estaban en alto cuando, el 5 de julio, el Fiat Mephistofele alcanzó los 230,55 km/h en la pista de tierra. Récord mundial. Sin embargo, Delage y Thomas reclamaron con éxito: el vehículo no tenía marcha atrás, un requisito para homologar la plusmarca. Al día siguiente, batirían la marca, con 230,63 km/h.
Esto no desanimó a Eldridge que, con la ayuda de un herrero local, logró incorporar un dispositivo de marcha atrás para su bólido. Con esta modificación volvió a la carretera el 12 de julio y saboreó su revancha: 234,98 km/h, una cifra que le haría entrar en la leyenda.
Fue el último récord de velocidad batido en carretera. Dos de sus marcas realizadas en carretera, 234,98 km/h en el primer kilómetro con salida parado y 234,75 km/h en la primera milla con salida parado siguen vigentes. El Fiat Mefistofele se puede contemplar en el Centro Storico Fiat de Turín.