
Jorge Mario Bergoglio, ese porteño que se convirtió en líder espiritual de millones de personas y pasó a la historia como el Papa Francisco, murió este lunes en la madrugada de la Argentina a los 88 años.
“Esta mañana, a las 7:35, el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia”, anunció el Vaticano.

Jorge Bergoglio había salido de una prolongada internación por neumonía el pasado 23 de marzo. A pesar de su convalecencia, no quiso despedirse sin volver a bendecir a la multitud: el domingo de Pascua, se asomó al balcón de la Basílica de San Pedro y habló -por última vez- de libertad de pensamiento y tolerancia. Miles de personas lo ovacionaron. Muchos ya intuían que estaban presenciando el final de una era.
Nacido en el barrio de Flores el 17 de diciembre de 1936, no fue sólo el primer Papa latinoamericano: fue un constructor de puentes políticos, espirituales y culturales en tiempos donde pocos saben construir algo. Su partida marca el fin de una época. Y entre las miles de anécdotas que resumen su espíritu, una involucra a algo tan inesperado como un Lamborghini Huracán RWD.
EL LAMBORGHINI DEL PAPA FRANCISCO

En noviembre de 2017, Lamborghini decidió regalarle al Papa una joya: un Huracán Rear Wheel Drive, tracción trasera pura, vestido de blanco impoluto con franjas doradas por los colores vaticanos. Un misil italiano con motor V10 atmosférico de 5.2 litros, capaz de liberar 580 caballos de fuerza directamente al eje trasero, sin anestesia. Un auto que puede acelerar de 0 a 100 km/h en apenas 3,4 segundos y alcanzar una velocidad final de 325 km/h sin siquiera despeinarse.
Su estructura ligera, de aluminio y fibra de carbono, y su caja automática de doble embrague de 7 marchas, lo convertían en una bestia de carretera, diseñada para domar el asfalto con brutal elegancia.
Era, literalmente, un objeto de deseo. Pero Francisco, fiel a su esencia, no mordió el anzuelo. Apenas bendijo el auto en la explanada de San Pedro, y ordenó que se subastara.

La subasta se realizó en mayo de 2018, a través de la prestigiosa casa Sotheby’s en Mónaco. El auto, que había sido valuado en unos 230.000 euros, terminó vendiéndose por 715.000 euros. Ese dinero no terminó en vitrinas vaticanas ni en caprichos de colección: fue destinado casi en su totalidad a causas humanitarias.
El 70% se utilizó para financiar proyectos de la Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) en Irak, ayudando a reconstruir hogares y templos destruidos por el Estado Islámico.
El resto fue para apoyar programas en beneficio de mujeres víctimas de la trata y comunidades extremadamente pobres en África.
Así transformó un superdeportivo en un instrumento de misericordia. El rugido de un V10 convertido en grito de esperanza para miles.
EL MENSAJE QUE NOS DEJÓ A MÁXIMA VELOCIDAD

El episodio del Huracán resume, quizás mejor que ningún otro, la filosofía de Francisco: el poder no está en poseer, sino en compartir. Donde el resto del mundo ve lujo, él vio necesidad. Donde otros hubieran sentido tentación, él eligió el desprendimiento.
Su última aparición pública fue coherente con esa misma visión: débil, apenas pudiendo sostenerse, pero con la energía suficiente para recordarnos que la fe, la tolerancia y la compasión no deben tomarse vacaciones.
Hoy el mundo llora la partida de Francisco. Pero su legado acelera más fuerte que nunca, como un Huracán liberado del garaje hacia la pista abierta de la historia.
Un legado que no va a coleccionarse en vitrinas, sino a latir en cada acto de misericordia genuina.
Porque a veces, la verdadera grandeza no está en manejar el auto más rápido, sino en dirigirlo hacia donde más se necesita.