El apellido Risatti es uno de los que más historia tiene en el automovilismo argentino, tal es así que ya son cuatro las generaciones vinculadas a este apasionante deporte. El que plantó la semilla en esta familia cordobesa fue Ricardo Risatti, uno de los grandes pilotos que tuvo nuestro país y que se destacó en los primeros años del Turismo Carretera.
Sus inicios fueron como el de muchos contemporáneos: a través de un taller mecánico. En su caso, fue el que tenía su padre Victorio. Durante su niñez y adolescencia aprendió los secretos del oficio y eso lo motivó a experimentar en carne propia cuán rápido podían andar los autos que preparaba. Y así se anotó en el Gran Premio de 1936. El debut no pudo ser más auspicioso ya que ganó dos etapas consecutivas ante el asombro de propios y extraños. Lamentablemente, la aventura de este muchacho de 28 años terminó con un abandono en el octavo tramo.
Lejos de amedrentarse por aquella mala fortuna, se tomó revancha en la edición de 1937. Y en su segundo GP volvió a lucirse. Llegó a liderar la clasificación general, pero se quedó con las manos vacías como consecuencia de ese agresivo estilo de manejo que impactaba a todos sus rivales.
El tercer intento llegó en 1938. Pero esta no fue una competencia más. Risatti se había anotado con el único objetivo de ganar y adjudicarse el premio que le permitiría llevar a su esposa, gravemente enferma, a Lourdes (Francia) en busca de un milagro. Fueron más de 7.000 kilómetros a pura velocidad y donde había pilotos de la talla de Oscar Gálvez, Domingo Marimón, Arturo Kruuse, Félix Heredia y Osvaldo Permigiani.
Lograr la ansiada meta no fue sencillo. Tuvo varios inconvenientes, incluso un vuelco. Sin embargo, las victorias conseguidas en cuatro etapas le permitieron vencer con holgura. Si hasta se dio el gusto de pasar a saludar a su esposa y a su pequeño hijo Jesús Ricardo de siete años cuando la carrera pasó por Vicuña Mackena, el lugar donde vivía. El éxito alcanzado en la extenuante competencia también tuvo otro premio: la consagración como Campeón Argentino. El esperado viaje al Viejo Continente jamás se pudo concretar debido al grave estado en que estaba su esposa, que finalmente falleció mientras Risatti competía en el Gran Premio de 1939…
Durante los años siguientes, ya representando a Laboulaye donde se había instalado junto a su familia, el cordobés siguió destacándose a toda velocidad en el naciente TC. Tal es así que sus colegas y el periodismo lo habían bautizado como El Disparador. Paradójicamente, volvió a celebrar un triunfo recién en 1950, en la Vuelta del Chaco. De esa competencia hay un testimonio que aún hoy sigue asombrando. Se trata de una fotografía en la que se ve al cordobés en pleno vuelo a varios metros del camino. En su tiempo, esta imagen recorrió el mundo entero como un fiel símbolo del TC de aquella época.
Como varios de sus colegas, Ricardo Risatti perdió la vida en una carrera. Fue en el Gran Premio del Norte de 1951 cuando fue despedido de su auto tras atravesar un badén en Santiago del Estero. Tenía 43 años.
Pero la historia de los Risatti con el automovilismo no se terminó con esa tragedia… Por el contrario. Aquel pequeño que recibió azorado la visita de su padre en pleno Gran Premio también se convirtió en piloto. Kelo estuvo cerca de conquistar un título en el TC en 1961 (ganó dos carreras), aunque ese sueño quedó trunco por un accidente que le impidió seguir en la lucha. Sus hijos Ricardo y Gerardo también pisaron las pistas. El primero hasta se dio el gusto de correr en Mónaco con un Fórmula 3 atendido íntegramente por mecánicos argentinos; mientras que el segundo se destacó en categorías menores y se aprestaba a correr en TC cuando un accidente de tránsito le quitó la vida. La cuarta generación está representada por Caito, hijo de Ricardo y bisnieto del Disparador.
Ricardo Risatti no solo fue el punto de partida de una dinastía, sino también el representante de una época brillante del automovilismo argentino. Esa donde todo se hacía con el corazón y con el único objetivo de ser más veloz que el viento.