En los primeros años del Siglo XX la bella París era la meca del automovilismo. Los principales diarios parisinos se cansaban de organizar carreras para comprobar la confiabilidad de esos vehículos impulsados por motores a petróleo o a vapor que habían a comenzado a rodar a finales del 1800.
Le Petit Journal fue pionero cuando en 1894 propuso una competencia para unir los 127 kilómetros entre la capital francesa, que todavía se estaba acostumbrando a ver en su paisaje a la inmensa estructura de hierro construida por el ingeniero Gustave Eiffel, y la localidad de Rouen. Con el paso del tiempo la cantidad de pruebas aumentaron, aunque siempre sobre recorridos no muy extensos. Recién en 1901 las distancias crecieron al unir París con otras capitales europeas como Berlín (Alemania), Viena (Austria) y Madrid (España).
El 31 de enero de 1907, el periódico Le Matin redobló la apuesta y propuso en sus páginas algo inédito: “Lo que necesita ser probado hoy en día es que un hombre con un coche puede ir a cualquier parte y hacer lo que quiera. ¿Hay alguien que se comprometa a viajar este verano desde Pekín a París en automóvil?”.
El desafío enseguida encendió el alma aventurera de medio centenar de personas con un buen poder adquisitivo como para contar entre sus bienes con estos vehículos. Sin embargo, solo cinco se atrevieron a decirle sí a la travesía de 15.000 kilómetros.
Los que aceptaron el desafío fueron Charles Godard, con un Spyker (15 hp); Georges Cormier y Victor Colligon, sobre sendos Dion-Bouton (10 hp); Auguste Pons, con un triciclo Contal (6 hp); y el príncipe Scipione Borghese, con un Itala (entre 35 y 45 hp). Todos ellos acompañados por un mecánico, aunque en el caso de Borghese también llevó al periodista Luigi Barzini, quien relató los detalles de esta maratón para el Daily Telegraph inglés y el Corriere della Sera italiano.
Le Matin tardó tres meses en organizar la carrera y en conseguir los permisos necesarios para atravesar una decena de países, algunos de los cuales ni sabían de la existencia de estos vehículos. Los pilotos tenían claro que no había reglas, ni asistencia de ningún tipo, ni rutas delimitadas…
Llegar a China ya resultó una odisea. El buque Océanien, que llevó a los competidores hasta Shanghai, sobrevivió a varias tormentas en altamar y hasta a una tempestad de arena cuando pasó cerca de Egipto. Más allá de esos contratiempos, el viaje resultó ameno para el pequeño grupo de participantes gracias a los banquetes y fiestas que se extendían hasta altas horas de la noche. El trayecto, aunque largo, también gozó de numerosas paradas que permitieron fraccionar la vida en el navío.
Una vez arribados a destino, los pilotos y sus máquinas se fueron en dos barcos a vapor con dirección a Tientsin. Desde allí se fueron a Pekín en ferrocarril, en un trayecto que no estuvo ajeno a los sustos ya que uno de los vagones del tren se desprendió ocasionando la demora en la llegada de algunos de los competidores.
El 10 de junio, desde la embajada de Francia en Pekín, comenzó la carrera que llevó al quinteto de autos a cruzar el desierto de Gobi, Mongolia, Siberia, Rusia, Polonia, Alemania y buena parte de Francia. Los problemas estuvieron a la orden del día porque los caminos utilizados no eran aptos para estos vehículos. Atascarse en lodazales o en la arena fue algo habitual, como también desarmar los coches para atravesar de forma paciente y segura frágiles puentes. Aunque la incidencia más insólita fue cuando el triciclo de Pons fue atacado por una tribu con lanzas al pasar por una zona desértica entre las fronteras del actual Afganistan y Rusia…
En el aspecto deportivo, el potente Itala de Borghese fue imparable y llegó a la meta el 10 de agosto tras 61 días de competencia. Tres semanas después arribaron Godard, Cormier y Collignon, en ese orden. Pons abandonó por tener un problema mecánico en el desierto de Gobi (él y su mecánico fueron auxiliados por unos nómades).
El premio para el príncipe Borghese fue simplemente una botella de champagne Mumm. Lo derramó entre aquellos que lo habían ido a vitorear, iniciándose así una tradición que se mantiene aún hoy en día…