Este fin de semana, en el Gran Premio de México de Fórmula 1, los corazones de los aficionados argentinos latirán con una mezcla de nostalgia y orgullo que pocos momentos en la historia han sido capaces de generar. Porque cuando los motores rugen en el autódromo Hermanos Rodríguez y los ojos del mundo estén puestos en el asfalto, habrá algo más que velocidad, algo más que adrenalina. Y todo eso gracias al homenaje de Franco Colapino a Carlos Alberto Reutemann.
Reutemann, para quienes lo siguieron, no es solo sinónimo de velocidad, sino de lucha, de entrega, de sueños cumplidos y otros que se quedaron en la orilla. Un piloto que llegó a la Fórmula 1 para llevar en cada curva, en cada frenada, el orgullo de un país entero. Aquellos que lo vieron pelear por la gloria aún recuerdan, como si fuera ayer, sus gestas en las pistas más imponentes del mundo.
Porque Lole era más que un piloto. Era una esperanza en tiempos difíciles, un reflejo de lo que el talento argentino podía hacer en el escenario más exigente del mundo. Su característico casco que combinaba el blanco, con el azul y el amarillo junto a la bandera de la Argentina, no era solo un símbolo de su presencia en la pista; era una insignia de lucha.
Franco Colapinto, con ese fuego en las venas de quien entiende el peso de la historia, decidió hacer un homenaje que pocos se atreverían a intentar. Utilizará en su casco el mismo diseño que identificó a Reutemann. Actualizado, sí, pero esencialmente el mismo. Gracias al joven piloto de Williams volverá a la Fórmula 1 ese casco que, para muchos, es un recordatorio de una época en la que Reutemann, con su carácter reservado pero su corazón gigante, nos hizo soñar.
Cuando Colapinto salga a la pista será como si el tiempo retrocediera, como si el espíritu de Reutemann volviera por un momento a tomar el control de un auto de Fórmula 1. Los que lo vieron correr, aquellos que vivieron cada kilómetro con la tensión en el pecho y los ojos fijos en la televisión, sentirán que Lole está otra vez con nosotros.
Y no se trata solo de los que lo vieron correr. Se trata de una nueva generación, de jóvenes que han escuchado los relatos de padres, abuelos, de aquellos que vivieron la época dorada del automovilismo argentino, y que ahora podrán experimentar, al menos por un momento, lo que significaba ver ese casco en lo más alto del automovilismo mundial.
Verlo sobre un auto de Fórmula 1 será revivir las tardes de gloria y las noches de lágrimas. Porque Reutemann no solo competía contra otros pilotos. Luchaba contra la adversidad, contra la suerte, contra el destino, y aun cuando no se llevó el título mundial, se ganó algo mucho más importante: el respeto eterno de su gente y de todo el mundo del automovilismo.
Este homenaje no es solo un tributo a un piloto. Es un tributo a una época. A la garra y al talento. Es un recordatorio de que, aunque los años pasen, los verdaderos gigantes nunca se van del todo. Siguen allí, en la memoria de quienes los vieron, en los corazones de quienes los admiraron, y ahora, en el casco de un joven que entiende que la historia no se olvida, se honra.
Y cuando Franco Colapinto se suba al monoplaza con ese casco sobre su cabeza, habrá un momento, un instante fugaz, en el que el tiempo se detendrá. Y aunque Reutemann ya no esté entre nosotros, su espíritu estará allí, con el rugido del motor, en cada curva, en cada recta, haciéndonos recordar que hay cosas que trascienden las carreras, que hay héroes que nunca mueren.