
Cuando algo tan básico como el volante no encaja, lo lógico es frenar. Bajarse. Revisar todo. Patear el box si hace falta. Pero Fernando Alonso hizo todo lo contrario durante la segunda práctica libre del Gran Premio de Bahrein de Fórmula 1: lo acomodó como pudo, en plena curva, y siguió girando. No fue una osadía. Fue pura mentalidad. Instinto de piloto mezclado con una resiliencia que no se enseña ni se imita. Se entrena. Se sufre. Se construye con años de desilusiones, retornos improbables y fines de semana como este donde el auto no acompaña y la pista castiga.
Ese gesto, casi invisible para el espectador casual, dice más de Alonso que cualquier campeonato del mundo. Porque mientras el coche titubea y el entorno duda, él sigue ahí. Firme. Concentrado. Imperturbable.
FORTALEZA BAJO PRESIÓN
El problema con el volante, que literalmente no se ajustaba a la columna de dirección, fue apenas el inicio de un viernes tenso en el circuito de Sakhir. Mientras otros pilotos trabajaban en tandas largas o simulaban vueltas de clasificación, Alonso tuvo que lidiar con una falla que bien podría haber arruinado el día. Pero no lo hizo. Porque él no deja que un obstáculo técnico lo saque de eje. Su capacidad para recuperar la compostura y seguir adelante es parte del manual no escrito del piloto de elite.
La escena fue clara: volante suelto antes de la última curva, reducción de velocidad para acomodarlo sin detenerse y volver al box para que el equipo se encargue de resolver el inconveniente. Sin aspavientos. Sin quejas exageradas. Solo foco. Un nivel de control emocional que pocos pueden sostener cuando el entorno deja de responder.
“Ha sido solo una sesión para mí hoy (NdeR: en la primera el brasileño Felipe Drugovich manejó su vehículo) y también un poco interrumpida, con un problema en la dirección. El volante no se ajustaba a la columna de dirección. Los mecánicos han cambiado rápidamente las partes y he podido rodar. Así que, gracias a todos los chicos en el garaje”, explicó Alonso en declaraciones a DAZN
“VAMOS A PELEAR”

En esa entrevista post sesión, Alonso fue directo: “Va a ser un fin de semana complicado. No somos muy rápidos, pero vamos a pelear”. Esa última frase no fue decorativa. Es su filosofía destilada en seis palabras. La idea de luchar incluso cuando los datos no acompañan, cuando el coche está por detrás, cuando lo fácil sería decir “hasta acá llegamos”.
Y en ese contraste está el núcleo del asunto: mientras el rendimiento del Aston Martin en Bahrein dejó mucho que desear, el piloto siguió operando en su mejor versión. En la versión que no se rinde, que analiza sin dramatismo y que elige la acción sobre la queja.
EL ENTORNO NO ACOMPAÑA
Aston Martin empezó 2023 como una promesa luminosa, pero desde la segunda mitad del año pasado el panorama se fue nublando. El auto dejó de evolucionar al ritmo de sus rivales y la ilusión de pelear arriba se desdibujó. Este inicio de 2025 no ha hecho más que reforzar la sospecha: el AMR25 no está, por ahora, para grandes cosas.

Pero Alonso no pierde la fe. Tampoco el compromiso. No se lo ve frustrado, sino desafiante. Como si cada contratiempo lo afilara. Como si la adversidad fuera parte del ritual que lo mantiene vivo en este juego donde todos, tarde o temprano, se apagan. Seguramente porque su ilusión está en el 2026 cuando el primer Aston Martin diseñado por Adrian Newey salga a la pista…
RESILIENCIA COMO LEGADO
En un momento donde la Fórmula 1 se llena de jóvenes promesas, simuladores hiperrealistas y carreras diseñadas al milímetro, Alonso representa otra cosa. Representa al piloto que se forma en la dificultad. Que no necesita condiciones ideales para brillar. Que no busca validación en redes, sino en la consistencia de su trabajo.
Por eso no sorprende que, incluso con un auto que no responde, siga captando titulares. Porque su historia va más allá de un resultado. Su permanencia en el tiempo es una declaración silenciosa de que la resiliencia también gana carreras. Aunque no siempre figure en el podio.