En los pasillos de la Federación Internacional del Automóvil ya se huele la tensión de año electoral. En diciembre, la FIA definirá quién ocupará su sillón más alto durante los próximos cuatro años, y lo que parecía una reelección cómoda para Mohammed Ben Sulayem empieza a mostrar curvas peligrosas en el horizonte. ¿El motivo? Un hombre que impone respeto: Carlos Sainz.
El doble campeón del Mundial de Rally y cuatro veces ganador del Dakar confirmó a Motorsport que evalúa postularse como candidato a presidente del organismo que rige el automovilismo mundial. “Esta posibilidad ha estado en mi mente durante un tiempo… y ahora creo que podría ser el momento adecuado para dar el paso”, declaró. No fue una frase lanzada al azar. Fue una señal directa, casi un banderazo de largada en la cuenta regresiva hacia la votación.
A los 63 años, Sainz no solo tiene trayectoria: tiene peso político. Su imagen pública es incuestionable, su conocimiento del deporte es profundo y transversal, y su figura podría atraer consensos allí donde Ben Sulayem ha sembrado polémica. Si decide avanzar, el español no será un candidato testimonial: será el gran rival en una elección que puede redefinir el rumbo de la FIA en tiempos de tensiones internas, desafíos técnicos y presión comercial.
DE LOS TRAMOS DE TIERRA A LOS PASILLOS DE PARÍS
Sainz no es un improvisado. Es bicampeón mundial de rally (1990 y 1992), tetraganador del Rally Dakar (2010, 2018, 2020 y 2024) y uno de los pocos pilotos que puede transitar sin pedir permiso por cualquier box del mundo. Nunca fue político, pero siempre fue estratega. Sus decisiones dentro y fuera del habitáculo marcaron generaciones. Su figura impone respeto entre pilotos, ingenieros y dirigentes por igual.
“Estoy convencido de que puedo hacer un buen trabajo y armar un excelente equipo para devolverle al deporte parte de lo que me ha dado”, dijo. La frase, breve pero potente, no solo transmite vocación: enciende la chispa de un posible cambio profundo en la FIA.
UN CONTEXTO TENSO: LA HERENCIA DE BEN SULAYEM
El actual presidente, Mohammed Ben Sulayem, ha sido una figura tan determinante como polémica desde su llegada al cargo en 2021. Su relación con equipos de F.1, con Liberty Media, e incluso con ciertos actores del rally y la movilidad sustentable, ha estado plagada de tensiones, desacuerdos públicos y decisiones controvertidas. Desde la guerra por el control del reglamento técnico hasta su resistencia a ciertas presiones comerciales, su mandato ha sido todo menos diplomático.
Por eso la figura de Carlos Sainz cae como una posible bisagra. Un hombre del deporte, con trayectoria intachable, sin ataduras con los poderes económicos que dominan la F.1 y con una visión más deportiva que política. Pero también con la capacidad de tejer alianzas regionales, clave en cualquier elección de la FIA donde los bloques continentales pesan tanto como los votos.
LA CUESTIÓN DEL APELLIDO Y EL “CONFLICTO DE INTERÉS”
Carlos Sainz Jr. es, además de piloto de F.1, director de la Grand Prix Drivers’ Association (GPDA). La sola mención de una eventual candidatura de su padre generó suspicacias en cuanto a una posible incompatibilidad. Pero El Matador, como lo apodan desde sus años en el WRC, fue tajante: “Obviamente, tendré que dar un paso al costado en cuanto a mi rol con Carlos y su carrera, pero esto no es un problema en absoluto”.
Con la autoridad de quien no necesita colgarse de nadie, agregó: “Él lleva una década en la F.1 y ambos sabemos que si sigo adelante con este proyecto, nuestra relación cambiará, por supuesto. La FIA es una entidad muy seria y no habrá conflicto”.
Es un gesto de madurez, pero también de firmeza. Sainz no quiere ser el padre de un piloto. Quiere ser el presidente del automovilismo mundial. Y para eso sabe que debe cortar los hilos personales para no comprometer los institucionales.
UNA POSTULACIÓN QUE SACUDE EL TABLERO
El estatuto de la FIA establece que los candidatos a la presidencia deben presentarse con una lista completa de nombres para los distintos cargos ejecutivos. No es una tarea menor: requiere apoyo, estructura y una red de confianza global. Pero si alguien tiene los contactos, la autoridad moral y la visión internacional para encarar semejante desafío, es Sainz.
Detrás de su figura no hay un país, sino una región con peso: Europa occidental, que hace años no impone un presidente. Y también una comunidad deportiva que empieza a ver con buenos ojos la idea de que la FIA vuelva a estar dirigida por una figura que haya conocido el deporte desde adentro, no desde los escritorios.
¿QUÉ PUEDE SIGNIFICAR UNA PRESIDENCIA DE SAINZ?
Más diálogo con los equipos. Más protagonismo para el rally y el Dakar. Más foco en la seguridad real de los pilotos y no solo en la imagen corporativa. Un enfoque más deportivo y menos corporativo en decisiones clave, como los calendarios, los cambios reglamentarios y la gestión de la movilidad sustentable. Pero también, un liderazgo con credibilidad para negociar con gigantes como Liberty Media o los inversores saudíes.
Sainz representa el “hombre del deporte” que supo sobrevivir a los cambios tecnológicos, a las burocracias, a los egos de fábrica y a las campañas políticas. Su posible desembarco en la FIA sería un mensaje claro: el automovilismo puede volver a ser dirigido por pilotos, no por burócratas.
EL MATADOR TIENE LA MIRA PUESTA EN PARÍS
Cuando Carlos Sainz dice que “podría ser el momento adecuado”, no lo hace por ego. Lo hace porque sabe leer el momento. El deporte está pidiendo aire. Y él, que ha atravesado tormentas de arena y pantanos de poder, puede ser ese aire.
Si decide lanzarse, no será una campaña de selfies ni de slogans vacíos. Será una cruzada por devolverle legitimidad a una institución que hoy tambalea entre internas y desconfianza. Y eso, en tiempos donde el automovilismo necesita más alma que cifras, es una esperanza sobre ruedas.
