Es una obra monstruosa por donde se la mire. En sus circuitos se escribieron varios capítulos de la historia del automovilismo argentino. Algunos le dicen el “Coliseo” otros la “Catedral”, pero lo cierto es que el autódromo de Buenos Aires es el escenario donde todos los pilotos quieren correr y quieren ganar.
Tal vez pocos lo sepan, pero el Turismo Carretera tuvo mucho que ver en el nacimiento de este auténtico templo de la velocidad. El hecho trascendental ocurrió a mediados de diciembre de 1948 al término de la Lima-Buenos Aires (el regreso de la legendaria Buenos Aires-Caracas) cuando el entonces presidente de la Argentina, el general Juan Domingo Perón, recibió a varios corredores, acompañantes y mecánicos que habían participado en la aventura.
El hecho trascendental ocurrió a mediados de diciembre de 1948 al término de la Lima-Buenos Aires (el regreso de la legendaria Buenos Aires-Caracas) cuando el entonces presidente de la Argentina, el general Juan Domingo Perón, recibió a varios corredores, acompañantes y mecánicos que habían participado en la aventura.
Entre charla y charla, Ángel Pascuali le comento a Perón la necesidad que tenían los pilotos de contar con un autódromo para desarrollar la especialidad en un lugar acorde y para ser escenario de las clásicas temporadas internacionales donde venían pilotos y equipos europeos con sus autos de Grand Prix.
Lejos de sorprenderse por la propuesta, Perón admitió que ya estaba trabajando en eso y que la idea era hacer un par de circuitos utilizando parte de la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional de Ezeiza, que estaba en pleno proceso de construcción.
El proyecto del General cambió radicalmente cuando Francisco Borgonovo, uno de los grandes dirigentes que tuvo el Automóvil Club Argentino, le recomendó buscar otro lugar para no tener que seguir corriendo en los bosques de Palermo mientras se terminaba el aeropuerto.
Así fue que se eligió el Bañado de Flores, lindero con la Av. Genera Paz y el Puente de la Noria. El primer paso para la construcción fue rellenar con tierra sus 130 hectáreas. Posteriormente, se diseñaron y pavimentaron cuatro circuitos diferentes y se terminó con el resto de la infraestructura a un costo de unos nueve millones de pesos de aquella época.
“Perón nos había dicho que iba a construir un autódromo, pero no imaginábamos que se lo iba a tomar tan enserio. Recuerdo que al regreso de uno de los viajes a Europa que habíamos hecho con Juan Manuel Fangio, nos volvimos del aeropuerto a la Capital en colectivo y vimos que ya lo estaban construyendo. No lo podíamos creer”, recordó alguna vez José Froilán González.
El Autódromo se inauguró el 9 de marzo de 1952 bajo el nombre de 17 de Octubre, en honor a la “jornada histórica” de apoyo al entonces Coronel Perón. Se realizó un festival automovilístico que incluyó carreras de Mecánica Nacional, coches Sport, “coches especiales” y motos. Según crónicas de la época, a la cita concurrieron más de 120.000 personas. Lamentablemente, la jornada tuvo una nota trágica a raíz de la muerte del piloto Félix Martínez como consecuencia de las lesiones sufridas tras el vuelco de su MG.
Con el paso de los años las carreras en el autódromo obligó a la utilización de otro tipo de autos de TC: las “Empanadas”, cupés más chicas y bajas aptas para los circuitos.
Aquel año el TC desembarcó cuatro veces en el flamante escenario. Su primera competencia fue el 24 de mayo y el ganador fue Oscar Alfredo Gálvez, que se impuso sobre Félix Alberto Peduzzi y su hermano Juan Gálvez. Competir en el circuito porteño fue una nueva experiencia para aquellos pilotos de TC que debieron arreglárselas para dominar a los autos que estaban adaptados para correr en la ruta.
Las restantes carreras en el autódromo se realizaron el 22 de junio, el 13 de julio y el 14 de septiembre. Y el ganador siempre fue el mismo: El Aguilucho Gálvez, quien en 1989 fue homenajeado al bautizar con su nombre al mítico escenario. Ya en el Siglo XXI, en 2005 más precisamente, el escenario fue rebautizado y se le agregó el nombre de Juan Gálvez, el piloto más campeón de la popular categoría.
Desde hace siete décadas el autódromo de Buenos Aires es escenario de grandes momentos. Allí corrieron categorías internacionales, “nacieron” grandes pilotos y se disputaron miles de duelos. Por eso no le pesa para nada que lo llamen Coliseo o Catedral, más allá de tener un presente que dista mucho de estar a la altura de su historia…