Desde que los nuevos autos de la Fórmula 1 pisaron el circuito de catalán de Barcelona los ingenieros y pilotos de la máxima categoría están luchando contra el “porpoising”, que no es más que un rebote violento producido por el mayor efecto suelo que tienen los bólidos.
A altas velocidades el alerón delantero es empujado hacia el suelo debido a la mayor carga aerodinámica que actúa sobre el elemento. Cuanto más se acerca al suelo, más poderoso es el efecto suelo ya que el aire se precipita más rápido a través de un espacio cada vez más pequeño.
Esto aumenta la diferencia de presión entre las superficies inferior y superior, lo que incrementa aún más la carga aerodinámica hasta que se detiene. En ese momento, gran parte de la carga se libera repentinamente y la parte delantera del automóvil se eleva bruscamente, algo que permite que el efecto suelo comience a funcionar nuevamente. Esto se produce de forma cíclica hasta que es el momento de frenar en una curva.
El problema es que el “porpoising”, que también complicó a los pioneros del efecto suelo en la F.1 hace cuatro décadas, no se presentó en las simulaciones que realizaron los equipos sobre sus nuevos vehículos.
Con mucha más carga aerodinámica debajo de la carrocería, suspensiones más rígidas y neumáticos más grandes que disminuyen la ingerencia de la amortiguación, el problema ha regresado con fuerza y en estos dos días los trabajos se han concentrado en tratar de disminuirlo.
Lamentablemente para los expertos desde este año no cuentan –por reglamento- con los sistemas hidráulicos en las suspensiones que hubiesen servido para eliminar esta tendencia sin mayores inconvenientes.