Las 24 Horas de Le Mans provocan una extraordinaria tensión en los pilotos. La dureza de la prueba y sus características especiales suponen una tortura mental y física, que los llevan más allá de los límites humanos y requieren la resistencia de un deportista de élite. Aunque se trata de una carrera de larga duración, se va al límite desde el primer hasta el último minuto. Y ganar o perder puede ser una cuestión de segundos.
El alto rendimiento de los neumáticos y la necesidad de repostar combustible con frecuencia, configura una competencia de constantes sprints entre paradas en boxes. Como los repostajes se realizan, aproximadamente, una vez por hora, estos sprints duran entre 13 y 14 vueltas.
Dependiendo de la edad, y de su estado físico y mental, un piloto puede consumir hasta 3.000 calorías en cada turno. Ese es el gasto calórico de un adulto de entre 20 y 40 años, haciendo vida normal activa a lo largo de todo un día.
En las 24 Horas de Le Mans hay tres pilotos al volante de cada coche participante. Un piloto no debe conducir menos de seis horas, a no ser que sea por fuerza mayor; ni más de 14, en total. Como máximo no pueden superar cuatro horas seguidas al volante en un periodo de seis horas (tiempo que se reduce a 80 minutos si el coche no tiene aire acondicionado y se superan los 32º de temperatura ambiente).
En una única jornada, un piloto puede llegar a disputar el equivalente a ¡más de siete carreras de Fórmula 1! Y, todo ello, con privación de sueño, total o parcial, más una tensión que va en aumento a medida que se acerca el final de la prueba.
La temperatura, el esfuerzo realizado y el pilotar enfundados en el traje ignífugo hacen que el piloto sude mucho y pueda deshidratarse en un turno largo. Por este motivo disponen de una botella de un litro de capacidad que, con una bomba eléctrica, suministra una bebida isotónica al piloto. Además, en los periodos de descanso entre turnos, se sigue el plan de alimentación e hidratación programado.
Otro elemento que pone a prueba la resistencia de los pilotos es la lluvia, que aparece con frecuencia en las 24 Horas de Le Mans. Esta condición climática reduce la visibilidad, altera el pilotaje, modifica las estrategias, en definitiva, añade tensión. Con la luz del día se pueden ver los charcos y “leer” los diferentes tonos de gris del asfalto para ver qué cantidad de agua acumula en cada zona. Pero en la noche se complica esa lectura y aparecen molestos reflejos de la iluminación del circuito y de los coches.
Llueva o no, las diferentes condiciones de luz son otro factor que produce un desgaste extra. Durante la noche se acentúa el efecto túnel que ya produce la velocidad de por sí. Pero los momentos más complicados, desde el punto de vista de la visión, son el amanecer y el atardecer. Los cambios de luz y los reflejos hacen que los pilotos tengan que forzar mucho la vista.
Además, la larga duración de esta carrera y la naturaleza del pilotaje en equipo añaden otros factores de presión. La fiabilidad mecánica es clave para triunfar en Le Mans. Los pilotos, además de ir rápido, controlar a los rivales, estar atentos a los sobrepasos, consumos y estrategia tienen que pensar en cuidar la mecánica y no ser demasiado agresivos en las trazadas ni en el trato al coche.
Por otro lado, Le Mans es la consagración del trabajo en equipo en la competición automovilística. El piloto no piensa sólo en sí mismo y cuando decide cuánto apretar o arriesgar, lo hace con la responsabilidad sobre sus espaldas de saber que otros compañeros están esperando desde boxes que haga bien su labor.