A principios de la década de 1990 el sueño de los aficionados argentinos por volver a tener un Gran Premio de Fórmula 1 se encendió como los motores de la Máxima al arrancar para salir a la pista. El operativo retorno estaba enfocado en realizar una carrera en Circuito N° 15 del Autódromo de Buenos Aires, el mismo que había sido utilizado en las visitas anteriores.
Este trazado cimentó su mística con los GP’s argentinos realizados en 1974, 1975, 1977, 1978, 1979, 1980 y 1981. Sus 5.968 metros de extensión incluían la recta principal, la S del Ciervo, la Recta del Fondo, el Curvón Salotto, la Recta del Lago, la Chicana de Ascari, el ingreso a los Mixtos, la Viborita, la Curva del Ombú, el Cajón, el Tobogán y la Horquilla.
Fue todo un cambio para las visitas de categoría a nuestro país ya que en los primeros GP’s se utilizaban el Circuito N° 2, de 3.912 metros; o el Circuito N° 9, de 3.345 metros.
En el “15”, los F.1 iban a fondo durante la mayoría del recorrido y solo bajaban la velocidad cuando ingresaban al mixterio. El promedio superaba los 200 km/h, muchísimos comparado con los 135 km/h registrado en el N°2 o incluso los 160 km/h del N° 9…
El destino parecía sonreír a los promotores argentinos cuando el legendario Ayrton Senna se dejó seducir por la mística del Circuito N° 15. A fines de 1993, después de terminar la temporada de ese año, Senna hizo una visita de unas horas a Buenos Aires antes de dirigirse hacia su Brasil natal.
Acompañado por Felipe McGough, una figura clave en los preparativos del regreso de la Fórmula 1 al país, el tricampeón recorrió la famosa pista que auguraba nuevas sensaciones para esa F.1 moderna.
“Yo mismo lo llevé a Ayrton a recorrer el 15. En ese momento yo le había manifestado que nuestra principal preocupación era la bajada del Tobogán por la escasa vía de escape… Dimos una vuelta por el 15, paramos un ratito en los boxes y de ahí lo llevé a Ezeiza”, recordó McGough en una charla con Automundo.
Meses después todo cambió. Como una sombra siniestra que se posó sobre la pista, el fatídico Gran Premio de San Marino de 1994 arrojó una oscuridad imprevista sobre los planes argentinos.
Las trágicas muertes de Roland Raztenberger, el sábado 30 de abril; y del mismísimo Ayrton Senna, al día siguiente; sacudieron los cimientos del automovilismo y llevaron a la Federación Internacional del Automóvil a endurecer sus estándares de seguridad para evitar nuevas muertes.
Las normativas estrictas, concebidas para salvaguardar la vida de los pilotos, condenaron al N° 15 al exilio. Su velocidad desenfrenada y sus escasas áreas de escape, principalmente en la parte final del Mixterío, se volvieron incompatibles con las exigencias del ente rector.
En las reuniones entre McGough y Bernie Ecclestone, el propietario de los derechos de la Fórmula 1, se barajaron diferentes alternativas, pero ninguna logró revivir la gloria perdida del legendario circuito. Se eligió entonces el circuito N° 6 y el propio Ecclestone le encontró una solución a la salida del veloz Tobogán al dibujar una “S” sobre un papel para así disminuir drásticamente la velocidad de los bólidos.
Así fue como en 1995, el rugido de los motores de la Fórmula 1 volvió a escucharse en tierras argentinas sobre un trazado apodado despectivamente como “Mickey Mouse”. Un circuito diminuto, lejos de la grandeza y la velocidad que alguna vez encarnó el glorioso 15.