
Mónaco, 27 de mayo de 2001. El eco del V10 de una Ferrari retumbaba entre los callejones de Montecarlo como un himno de dominio absoluto. Allí, entre las barreras ajustadas y los muros de aristocrática indiferencia, Michael Schumacher firmaba una de esas obras maestras que no se repiten. El chasis 211 del Ferrari F2001, casi desconocido hasta entonces, emergía como un gladiador impasible, conduciendo a Schumi a la gloria del Gran Premio más codiciado de la Fórmula 1.
Pero hay otra cosa que hace especial al chasis 211. No sólo fue el auto que llevó a Schumacher a la victoria en el Principado. Fue el mismo con el que aseguró su cuarto título mundial en Hungaroring (Hungría), sellando también el primer bicampeonato consecutivo de pilotos y constructores para Ferrari desde los gloriosos días de Alberto Ascari. Un hito dentro de una era dorada en la que los rugidos de los V10 de Maranello parecían dictar las reglas de la Fórmula 1.

Era el último Ferrari que ganaría en Mónaco durante un año de campeonato mundial. Y no uno cualquiera: el auto soñado, el arma más letal en el arsenal de un piloto que ya rozaba la perfección. Diseñado por Ross Brawn y Rory Byrne, gestionado por Jean Todt y moldeado a la medida de Schumacher, el F2001 era liviano, balanceado, brutalmente eficiente.
CUANDO LA CASUALIDAD SE VISTE DE LEYENDA
Paradojas del destino: el chasis 211 no estaba destinado originalmente a ser el protagonista. Schumacher se sube a él apenas en la mañana del domingo en Mónaco, tras un incidente menor en clasificación que daña su auto titular. Esa mañana, en Fiorano, solo había sido “despertado” por Luca Badoer, el incansable tester de la Scuderia.

El resto es historia. Con una largada perfecta mientras David Coulthard quedaba petrificado en la grilla, Michael se lanzó como un sabueso hacia Sainte Dévote, imponiendo un ritmo inhumano. Cuando el infortunado escocés quedó atascado tras el Arrows de Enrique Bernoldi, la escapada estaba consumada. Y en cada vuelta, el F2001 cantaba su aria a 17.000 rpm.
Meses más tarde, en el Gran Premio de Hungría, el chasis 211 volvería a ser convocado. En un circuito que demanda máxima carga aerodinámica, el auto brilló con igual ferocidad. Pole por ocho décimas sobre Coulthard, dominio absoluto y, con la bandera a cuadros, el cuarto campeonato mundial para Schumacher.

Con ese triunfo, Ferrari sellaba su segundo doblete de títulos consecutivos y colocaba a Michael en el Olimpo de Alain Prost y Juan Manuel Fangio. Para el chasis 211 era la consagración definitiva: ningún otro auto rojo había sido testigo de tal combinación de victorias clave en un mismo año.
ENTRE LA PASIÓN DE MÓNACO Y LA INMORTALIDAD DE MARANELLO
Chasis 211 aún conserva sus cicatrices nobles: algunas imperfecciones de pista, el aroma inconfundible de combustible quemado y gloria. Recientemente, Ferrari lo restauró y lo dejó listo para correr en eventos de Corse Clienti o encender el corazón de cualquier fanático en una demostración.

Que su subasta sea en el marco del Gran Premio de Mónaco de 2025 no es casualidad: ¡cómo desprenderse de semejante pieza de historia en otro lugar que no sea su casa espiritual!
Este Ferrari F2001, chasis 211, es mucho más que un auto de carreras. Es un fragmento viviente de una era donde la Fórmula 1 era velocidad, técnica… y magia pura. Adquirirlo no será sólo sumar un auto a una colección. Será abrazar, aunque sea por un instante, la eternidad del rojo inmortal.