Además de ser un emblema icónico de París, la Torre Eiffel está muy unida a la historia de la marca Citroën. De hecho, André Citroën, fundador de la compañía, mostró su genio publicitario al iluminarla con su nombre y el logo de los dos chevrones con miles de bombillas. Medio siglo después de eso, Citroën volvió a este monumento emblemático de la capital francesa para crear suspenso ante lo que iba a ser un modelo clave en su historia: el Citroën BX.
En 1982, Citroën acababa de abandonar su sede histórica del Quai de Javel de París para trasladarse a las afueras, a la exclusiva localidad de Neuilly-Sur-Seine. Necesitaba un modelo para sustituir al Citroën GSA que lograra la cuadratura del círculo.
Se buscaba una alternativa rompedora en lo estético, que lograra conectar con las necesidades y los gustos de las personas y que mantuviera las señas de identidad de la marca: prestaciones, confort y excelente comportamiento en carretera.
En vísperas del Salón del Automóvil de París, la marca apostó por el espectáculo para dar a conocer su nuevo modelo y hacerlo destacar entre la legión de novedades que se presentaban en aquella edición.
Nada mejor que un lugar icónico para presentar un vehículo destinado a marcar una época. Una gran caja de madera quedó suspendida de primer piso de la Torre Eiffel el 16 de septiembre de 1982. En ella sólo se anunciaba que dentro se encontraba “el nuevo Citroën”.
Para provocar aún más expectación, la caja misteriosa descendía unos pocos metros cada día. Finalmente, justo una semana después, se citó a la prensa al pie del monumento para el gran día. El entonces Presidente de Citroën, Jacques Lombard, fue el encargado de desvelar el automóvil que tanto se había hecho esperar: el Citroën BX.
Llamó la atención por sus líneas rectas y muy angulosas, fruto del diseño futurista y dinámico del diseñador de Bertone Marcello Gandini, autor de varios deportivos italianos míticos de los años 70. Una colaboración y una estética que continuaron hasta los años 90, con los Citroën AX, ZX y XM como modelos destacados. En el exterior, respetó señas de identidad de Citroën, como el limpiaparabrisas con una sola escobilla, introducida en el Citroën CX, o la arquitectura cinco puertas del Citroën GSA.
Al volante, el Citroën BX se reveló como uno de los vehículos más confortables y prestacionales de su época. Su suspensión hidroneumática garantizaba un comportamiento en carretera sin rival, mientras que su amplia gama de acabados y motores le permitieron llegar a un público diverso.
En 1988 entró aún más en la leyenda con su versión GTi, equipada de un motor de 16 válvulas, capaz de desarrollar 160 CV DIN y de alcanzar una velocidad punta de 218 km/h.