Con la mirada puesta en la electrificación, la marca británica de automóviles de lujo Bentley decidió jubilar a su motor naftero V8 de 6.3 litros que fabricó en los últimos 61 años.
La última unidad del V8 de la Serie L fue montada por el equipo de siete personas que se encarga artesanalmente de su ensamblaje y que acumula una experiencia combinada de 105 años en esa labor.
Se trató de la planta motriz número 36.000 y el vehículo elegido para montarla fue la última unidad del Mulsanne 6.75 edition by Mulliner, con la que también se cierra la producción de esta berlina de cuatro puertas. Según Bentley, su “venerable” impulsor “se ha ganado su retiro”·
Sus sustitutos van a ser el motor W12, un V8 de cuatro litros, y el eficiente V6 híbrido, con el que Bentley -propiedad del Grupo Volkswagen- ha entrado en la electrificación de la mano de su primer SUV, el Bentayga.
El V8 de la Serie L fue diseñado en 1950 para darle un 50% más de deportividad a los Bentley de la época y sustituir así al V6 del Bentley Mark VI, R-Type y S1. Se montó por primera vez, en 1959, en un Bentley S2 y contaba con una potencia de 180 CV.
Desde entonces no ha parado de evolucionar y gracias al turbo (primero individual y luego doble), junto a los sistemas de control electrónico, a la inyección y a las válvulas variables, ha llegado a desarrollar los actuales 530 CV y un par motor de 1.000 Nm del Bentley Mulsanne Speed.
Según el fabricante de lujo, un V8 Serie L tarda en fabricarse a mano unas 15 horas y los componentes internos se eligen individualmente para que formen un conjunto equilibrado que garantice un funcionamiento perfecto.
Una vez ensamblado, uno de los especialistas firma en una placa que se coloca en la parte delantera del motor como responsable ante posibles fallos. Se trata de una tradición que se mantiene durante décadas.