
Valentín Perrone es un joven catalán de 17 años que tiene una historia tan única como las curvas del circuito de Termas de Río Hondo, que este fin de semana es escenario de la segunda fecha del Mundial de Motociclismo. Porque a pesar de nacer en Barcelona, se siente más argentino que el tango. No solo por su corazón de pura pasión, sino también por su conexión con el sacrificio de su padre, Marcelo, un electromecánico argentino que cruzó el Atlántico por trabajo y que hizo hasta lo imposible para que su hijo pudiera vivir su sueño en dos ruedas. Tal vez por eso para Valentin, o el Coyote, como le dicen es fácil decir que es argentino, pese a que su tonada dice lo contrario.
Para Valentín, correr bajo la bandera argentina no es solo un capricho. Es un reconocimiento al esfuerzo incansable de su padre, que lo llevó por toda Europa, enfrentando sacrificios, apretándose el cinturón y dejando las vacaciones para cuando el sueño estuviera más cerca de cumplirse. Ahora en su año debut en el Mundial de Motociclismo, y bajo la bandera argentina, se enfrenta a uno de los desafíos más grandes de su carrera: conquistar el difícil terreno del Moto3, la categoría más “chica” del Mundial.

En 1998, Marcelo Perrone decidió dejar su tierra natal y emigrar a España en busca de un futuro mejor. Como electromecánico, el sacrificio no fue solo físico, sino emocional. Con el tiempo, su hijo Valentín nació en Barcelona, pero su alma siempre estuvo anclada en las pampas argentinas.
El pequeño Valentín comenzó su carrera en motos a los tres años, en una explanada abandonada cerca del taller de su padre. Sin lujos ni comodidades, pero con la enseñanza de un padre que nunca descansó hasta ver a su hijo hacer lo que más amaba. Con su primera mini moto, Valentín aprendió lo básico: frenos, aceleración, y cómo tomar una curva con la rodilla pegada al asfalto.
A esos primeros pasos le siguieron más años de sacrificio, donde el joven piloto no solo tuvo que perfeccionar su técnica, sino también lidiar con la dura realidad económica del motociclismo. En categorías como Moto4, la cifra para participar era astronómica: 75 mil euros por temporada. Por eso, las decisiones eran tomadas con mucho cuidado, y siempre con el objetivo claro: llegar lo más lejos posible, aunque los obstáculos fueran enormes.

Si algo define a Valentín es su capacidad para adaptarse y aprender rápidamente. No es de esos pilotos que esperan una segunda oportunidad para demostrar lo que valen; él va con todo desde el principio. Después de una exitosa campaña en la Red Bull MotoGP Rookies Cup, donde consiguió tres podios y dos victorias, Valentín dio el salto al Moto3, el primer escalón hacia el MotoGP.
Su debut en Tailandia, sin embargo, no fue el esperado. Una caída prematura lo dejó fuera de carrera, pero el joven piloto no se desanimó. “Aprendí mucho”, dijo. Y si algo caracteriza a Valentín es su resiliencia. Cada caída es una lección, cada error, una oportunidad para mejorar. “Las carreras son una locura”, comenta sobre la competencia en el Moto3, donde todos los pilotos tienen la misma cilindrada de 250 cm³, pero cada moto tiene sus peculiaridades, y la lucha por mantenerse en la vanguardia es feroz.

El Moto3 no es solo velocidad, también es estrategia. Como él mismo explica, el rebufo es clave: la moto que sigue puede aprovechar la resistencia al aire de la moto de adelante para ganar velocidad. Eso hace que las diferencias entre los primeros y los últimos sean casi imperceptibles, con los tiempos en una franja de apenas un segundo. “Es una locura”, dice Valentín, y tiene toda la razón. En esa franja de milésimas, las decisiones se toman en fracciones de segundo, y la experiencia cuenta más que cualquier otra cosa.
Este fin de semana, Valentín Perrone tiene su segunda experiencia en el Mundial nada menos que en la tierra de su padre. Por eso para él es como competir en casa, con la bandera argentina en el pecho, y con el apoyo de los fanáticos que le brindan su energía. “Estoy súper contento de correr aquí”, afirma Valentín con una sonrisa.
Valentín tiene claro su objetivo final: MotoGP, y no solo para participar, sino para ser campeón. “Llegar a MotoGP y ser campeón del mundo”, esa es la meta. No tiene dudas. Y a su alrededor, la gente que lo apoya, como su padre Marcelo, cree firmemente que este chico tiene todo lo necesario para llegar lejos: talento, determinación y un amor inquebrantable por el motociclismo.
“¿Quién no querría ser campeón del mundo?”, se pregunta. Y lo dice con esa seguridad de los que saben que solo los que luchan de verdad, como él, pueden llegar a lo más alto.