Afines de la década de 1960 el Turismo Carretera había dejado de lado a las cupecitas y su parque estaba formado por prototipos construidos a partir de los vehículos llamados “compactos”. Uno de los primeros en su tipo fue un Bergantín con mecánica Chevrolet al que el ingenio popular bautizó como La Garrafa porque entre sus publicidades se destacaba la de Agipgas y estaba pintada del mismo color que las garrafas de esa marca.
Aunque solo logró dos victorias entre 1967 y 1968, siempre con el talentoso Andrea Vianini como piloto, este vehículo permanece en la memoria de los fanáticos como un símbolo de una época en la que los preparadores ponían todo su ingenio aprovechando al máximo las libertades de los reglamentos. Gracias al esfuerzo de Aldo Bellavigna, quien lo construyó junto a su hermano Reinaldo, La Garrafa sigue tal cual como corrió hace más de cinco décadas, algo que eleva su estatus de ícono.
La construcción de Bellavigna V-1 TC, tal la denominación oficial del auto, demandó cinco meses y en su proceso de armado se usaron varias soluciones innovadoras. Para empezar, estaba equipado con una estructura tubular de caños de cromo molibdeno, el mismo material usado en el fuselaje de los aviones. Además de servir de jaula protectora, actuaba como un falso chasis. También tenía varias piezas exteriores de fibras de vidrio, como la trompa que cubría un poderoso motor Chevrolet 7 bancadas de 300 hp alimentado por tres carburadores Weber horizontales.
LA ELECCIÓN DEL PILOTO
Los Bellavigna estaban convencidos de que su prototipo iba a ser competitivo, pero necesitaban a un piloto que lo pudiese aprovechar al máximo. Por eso eligieron a Vianini, quien ya había mostrado su talento en otras divisiones como la Mecánica Argentina Fórmula 1, la Fórmula 3 Internacional y algunas competencias de larga duración.
“Mirá, Andrea, vos sos el único corredor de primera línea que no tiene un auto para la temporada de TC. Estamos preparando algo que va a dar que hablar y queremos que lo manejes porque te tenemos mucha confianza”, le dijeron.
El Tano, que por ese entonces tenía 25 años, los escuchó atento y aceptó la invitación, aunque no estaba del todo convencido de que el auto pudiese funcionar como le decían Aldo y Reinaldo. Cambió su opinión tres meses después, cuando fue al taller de los hermanos y vio el vehículo a medio terminar. “De golpe supe: ¡los tipos habían tenido una inspiración genial!”, dijo.
EL GRAN DEBUT
El 16 de julio de 1967, Vianini y La Garrafa debutaron en el autódromo de Buenos Aires. El gran desafío era derrotar a los Torino del equipo oficial IKA regenteado por Oreste Berta. El estreno fue con lo justo ya que el auto se terminó de alistar a las cuatro de la mañana del domingo, pero la trasnochada valió la pena. Vianini ganó de manera inobjetable. La hinchada de Chevrolet lo festejó como nunca ya que se trató de la primera victoria de la temporada, que hasta allí venía con dominio de Torino (nueve triunfos) y Ford (seis).
“A partir de ese momento, los fanas de Chevrolet se me pegaron como un solo hombre; por primera vez tuve una hinchada de verdad”, contó Andrea en sus memorias (“Un hombre es siempre un hombre”, publicado por la editorial Atlántica en 1996).
La Garrafa solo ganó dos carreras (la segunda fue el 16 de marzo de 1968 en Alta Gracia, Córdoba), pero varias veces estuvo en la pelea por los primeros puestos. Eso hizo que sea favorito para cualquier prueba, de autódromo o de ruta.
PROBLEMA CON LOS FIERROS
En San Nicolás (10/9/1967) Vianini tenía el triunfo en el bolsillo, pero faltando cinco vueltas tuvo que abandonar. Ganó Larry con el Torino Lutteral. En San Juan (8/10/1967) Vianini no corrió y Carlos Marincovich fue el encargado de conducir el prototipo amarillo en la inauguración de El Zonda. No tan adaptado como Andrea, Marincovich, que lo manejaba por primera vez, no pudo contra Eduardo Copello (Torino).
Mientras que en el Gran Premio que cerró el torneo de 1967, La Garrafa y Vianini anduvieron compitiendo directamente contra las Liebres de Copello y Héctor Gradassi. Aunque volvió a repetirse un problema que aquejó en general al auto: relativa falta de resistencia mecánica. La caja fue el elemento más frágil en varias oportunidades.
En la segunda etapa Vianini venía punteando y se quedó con la palanca trabada. En la tercera, después de arreglar, también ocupaba el primer puesto por tiempos en los parciales y tuvo que detenerse. En la cuarta y última, el motor lo dejó tirado cuando faltaban 80 kilómetros para llegar a la meta primero.
Más allá de esos traspiés, este particular vehículo de color amarillo cumplió un papel fundamental en la proliferación de nuevos prototipos. Como lo resumió Germán Sopeña en una nota publicada en la edición N° 103 de CORSA: “No se le puede discutir que es un auto con gran personalidad. Se la imprimieron los hermanos Bellavigna al construirlo y Andrea Vianini al manejarlo. Moderno y lógico en el concepto constructivo y veloz e impetuoso por quien lo conduce… Podría parecer ridículo hablar de si un auto tiene o no personalidad, pero entre autos con características propias y definidas La Garrafa tiene un lugar destacado”.