El 13 de septiembre de 1998 el automovilismo argentino volvió a reencontrarse con su historia y con la de uno de sus ídolos: Rubén Luis Di Palma. Porque ese día el Loco demostró toda su vigencia al imponerse en la competencia de Turismo Carretera disputada en el autódromo de Buenos Aires.
El triunfo logrado con 53 años y 238 días (había nacido el 27 de octubre de 1944 en Arrecifes, Buenos Aires) provocó el delirio de las hinchadas de Ford, Chevrolet, Torino y Dodge, algo que ratificó su condición de referente indiscutido más allá de defender a cualquier insignia. Fue como ofrendarle su homenaje a quien en su campaña corrió y ganó con esas cuatro marcas, algo que nadie logró repetir. A continuación, el breve diálogo entre el arrecifeño y CORSA no bien se bajó del podio…
– Luis, ¿hasta cuándo?
-¿Hasta qué…? Hasta que deje. No me da la cabeza para pensar tan lejos. Ya estoy con la mente puesta en la próxima carrera.
-¿Hay diferencias entre un triunfo alcanzado en la década del ‘70 y otro a fines de los ‘90?
-Una victoria tiene el mismo sabor, aunque las épocas son distintas. Para llegar con posibilidades me mantuve actualizado y acompañando la evolución técnica de los autos. En carrera uso lo que aprendí antes. No me desespero, no tengo necesidad de ganar, porque ya sé lo que es… En cambio los que están a un paso de obtener su primer triunfo se encuentran un poco desbordados por la ansiedad.
-¿Podrías haber dejado ganar a tu hijo Marcos, con quien llegaste a luchar el primer puesto?
-El triunfo no lo negocio con nadie, salvo una orden si estoy corriendo en equipo; por mí y por el público…
Después del 2 de junio de 1996, cuando ganó en Rafaela, parecía que el Loco se iba a poner más seguido en la senda del triunfo. Pero al fin de ese año se desvinculó de Alberto Canapino por no tener el dinero con qué afrontar los gastos de preparación… Pasaron algunas competencias corriendo un Falcon armado con sus propias manos y recursos. Los motores fueron en ese tiempo un punto de inflexión hasta que en la cita de Buenos Aires volvió a los impulsores de Johnny De Benedictis, fundamental en su vigésima victoria en la popular categoría.
“Cuando empecé con Ford, llevaba motores de él. Pero no tenía tapas de cilindros… En la última de competencia La Plata me avisó que tenía armado uno para mí desde hacía dos carreras… La afinidad con DeBenedictis viene de años. Cuando yo dejé de correr en TC aparecía una camada nueva de pilotos, entre los cuales estaba él. Entonces todo el mundo lo comparaba conmigo porque decían que teníamos un estilo parecido de manejo. A partir de allí me convertí en hincha suyo. Por eso, cuando empecé con Ford, le pedí que fuera mi preparador… En fin, son carreras de autos y con un motor así no me ganaba nadie. Pero sé también que estoy vigente y además de poder mostrarlo, les prolongo esa vigencia a los demás”, contó el Loco, que fue escoltado por Emilio Satriano y Guillermo Ortelli.
Como cada vez que se nombra a Rubén Luis Di Palma, el automovilismo nacional volvió a nutrirse, en este caso, con una parte entrañable del viejo y querido TC. Nada de equipos de radio ni de pizarras al borde de la pista. Apenas parte de una historia que solo los ídolos nos ayudan a revivir.
Por esas cosas del destino, el Loco Di Palma falleció antes de tiempo, el 30 de septiembre de 2000, en un accidente que tuvo con su helicóptero cuando volvía del autódromo de La Pampa tras estar junto a su hijo Marcos, que corría en el Top Race.
Han pasado más de dos décadas, pero su recuerdo aún continúa. Un poco por sus hazañas, otro tanto por su extraordinario palmarés que incluye títulos en el TC (1970 y 1971), Sport Prototipo (1971 y 1972), Mecánica Argentina Fórmula 1 (1974 y 1978), TC2000 (1983) y Supercart (1993), pero principalmente porque los diamantes son eternos.