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24 Horas de Le Mans: La increíble hazaña de Louis Rosier

La leyenda cuenta que manejó 23 horas y media seguidas, pero algo que nadie duda es su tenacidad para ganar tras superar varias adversidades: avería mecánica que le costó la pérdida de sus siete vueltas de ventaja, la colisión con un búho, parabrisas roto…

Nadie sabe a ciencia cierta que tanto por ciento de gloria correspondió al padre y cuanto al hijo en aquella edición de las 24 Horas de Le Mans de 1950, lo único que realmente quedó claro es que el éxito de la dupla formada por Louis Rosier y Jean-Louis Rosier fue un triunfo de la resistencia y la constancia de un único hombre…

Louis Rosier era el dueño de un concesionario Renault de cierto éxito en la zona de Clermont-Ferrand. Poseía una mentalidad de acero forjada en su lucha junto a la resistencia, que le sirvió de gran ayuda a la hora de viajar a través de Europa para liberar a su esposa y su hija de un campo de concentración.

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La compra de un Talbot en 1946 supuso un nuevo amanecer para él (a pesar de lo anticuado de su tecnología, el hecho de haber pilotado uno en Le Mans en 1938 había sido uno de los recuerdos en los que más se apoyó durante la guerra).

Con una apariencia comprensiblemente mayor que la que merecían sus 40 años de edad, su época más temeraria (pilotaba Harleys estropeadas a través de senderos montañosos de grava en su juventud) hacía tiempo que había quedado atrás. Conocía sus límites y conducía acorde a los mismos: los kilómetros por litro se habían convertido en algo tanto o más importante que los kilómetros por hora.

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Su meticuloso estilo no solo le hizo campeón en varias ocasiones, sino que cambió el curso de la competición. Su inesperada victoria sin parar a repostar en el Gran Premio de Bélgica de 1949, hizo plantearse a Ferrari si su turbocompresor era un derroche de fuerzas. Sin embargo, la edición de Le Mans de 1950 iba a ser diferente…

Rosier no tenía ninguna intención de ser la liebre, pero tampoco podía jugar a ser la tortuga. Su controvertida participación fue con un coche equipado con unos alerones relativamente escasos, un puñado de faros y una denominación Grand Sport. Su Talbot-Lago parecía un tractor viejo comparado con los flamantes V12 de altas revoluciones de Ferrari, pero sus más de 200 caballos le convertían en favorito incluso antes de la salida. Esta vez, Rosier estaba en el punto de mira.

Su incontrolable compatriota Raymon Sommer (su carrera era la antítesis de la de Rosier a pesar de ser un año más joven) marcaba el ritmo en el Ferrari 195S Berlinetta que copilotaba con el as del motociclismo Dorino Serafini. Pero el Talbot-Lago equipado con neumáticos Dunlop, después de una lenta escapada, escaló posiciones durante el caótico y supuestamente programado pit stop de sus principales rivales.

Empujando y cada vez más alejado, Rosier parecía inamovible, solo y acompañado únicamente de sus pensamientos, mientras su copiloto permanecía inquieto en el box, preguntándose cuándo o incluso si llegaría en algún momento su oportunidad.

Louis Rosier Jr. (llamado en ocasiones Jean-Louis en un intento de evitar la confusión) había sido nombrado compañero de equipo de su padre en 1949, pero un sobrecalentamiento causado por la rotura de una correa del ventilador le hizo abandonar después de 21 vueltas.

La aportación del joven de 25 años en 1950 es algo que, debido a la destrucción de los documentos oficiales de la época y a las versiones contradictorias de los medios especializados contemporáneos, sigue llevándose a debate…

La discordancia aparecía incluso en el seno familiar. El hijo reclamaba un período de 3 horas, con dos vueltas adicionales durante la hora 13 para permitir a su padre recuperar fuerzas, después de 45 minutos malgastados reemplazando un eje del balancín roto. Él decía que toda la confusión fue causada por el hecho de compartir nombre y por el sistema de megafonía. Esta versión de los hechos fue reafirmada por su madre, que no consideraba a su marido lo suficientemente capacitado para conducir durante 23 horas y media seguidas…

El padre, sin embargo, insistía en que la cuota de Junior no era mayor de 30 minutos, los más incómodos para él de toda la carrera. Satisfecho con permitirle copilotar (en 1949 lograron la victoria en Monte con un Renault 4CV), Senior nunca tuvo ningún reparo en tirar de rango y comentar la peligrosa inexperiencia de su descendencia en la materia. “Es demasiado lento, si sigue así se va a acabar matando”. Que Junior volviera a conducir un 4CV en 1951, mientras que su padre compartía un Talbot-Lago con nada más y nada menos que Juan Manuel Fangio, lo decía todo.

Rosier era un experimentado mecánico, con tanta habilidad con los reglajes y con una consistencia tan precisa al volante que enfureció a sus rivales y desgastó a partes iguales sus ánimos y su mecánica. ¿Resultado? Los cinco Ferrari presentes en 1950 en Le Mans se retiraron.

Su actuación tuvo de todo: logró el primer record de vuelta en La Sarthe a más de 160 km/h y durante la noche chocó con un búho, lo que le ocasionó la rotura del parabrisas y sus gafas, además de múltiples cortes en la cara. Y después de una avería mecánica que le costó la pérdida de sus siete vueltas de ventaja, se pasó las siguientes cuatro horas recuperando su liderato, con una multitud que gritaba enfervorecida con cada vuelta.

Su valiente hazaña hizo de Rosier un héroe y, después del mortal accidente de Sommer en septiembre de ese mismo año, se convirtió en el mejor piloto de Francia. No obstante, sabía reconocer sus límites y su lugar. Su equipo marcó el origen de una nueva generación de talento francés y se convirtió en la cara visible de una campaña para crear un circuito en Clermont-Ferrand, un circuito que, por desgracia, sería nombrado en su memoria y en su honor.

La muerte de Rosier en octubre de 1956, tres semanas después de sufrir un accidente a los mandos de un Ferrari 750 Monza en Motlhéry, fue llorada por todo el país. Para Francia, Le Mans es su competición más importante y la suya fue la mayor exhibición de fortaleza jamás vista sobre su pista.

POR PAUL FEARNLEY

 

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