Veinticuatro horas sobre la pista es algo difícil para cualquiera, pero para Johnny Herbert se convirtió en un ejercicio de resistencia impresionante.
Como si de un ave fénix se tratara, Niki Lauda regresó tras recuperarse de las terribles heridas sufridas en Nürburgring en 1976, forjándose un nombre entre las leyendas de la Fórmula 1. Sin embargo, casi un cuarto de siglo después, ocurrió otro accidente devastador al que no se le dio tanto protagonismo.
Mientras que muchos de sus compañeros recién llegados a la F.1 debutaban en la temporadas de 1988 y 1989, Herbert se encontraba dentro de un quirófano o en rehabilitación, luchando por salir del pozo en el que le había sumergido el catastrófico accidente sufrido sobre un Fórmula 3000 en agosto del ’88 en Brands Hatch.
Sólo seis meses después de que los cirujanos deliberasen sobre amputarle o no el pie izquierdo, Herbert consiguió quedar cuarto en su primer Gran Premio. Ese día, el calor sofocante de Río de Janeiro (Brasil) era la menor de sus preocupaciones. Fragmentos de fibra de carbono continuaban surgiendo de las heridas sufridas en su tobillo y en su pie. A una hazaña estrictamente deportiva se le unió una tremenda hazaña de superación del espíritu humano.
Sin embargo, no era más que una falsa esperanza. La capacidad de frenado de Herbert con los Benetton B188 y B189 no era la necesaria y, de repente, pareció que su trayectoria en la F.1 había terminado antes siquiera de comenzar.
Una aparición en el Gran Premio de Bélgica, en sustitución de Tyrrell, hizo ver a Herbert como un nuevo Jim Clark en peligro de extinción. Su salvación llegó finalmente de la mano de la F.3000 y los deportivos japoneses, antes de sustituir en Lotus al gravemente herido Martin Donnelly, en otoño de 1990.
La prueba definitiva para ver si Herbert podía resistir los esfuerzos físicos de carreras de alta exigencia se produjo en 1991 en Le Mans. Un año antes, Mazda había estado buscando nuevos talentos y Herbert se ajustaba a la perfección.
Necesitán conductores jóvenes y David Kennedy, a través de sus contactos, presentó a Herbert y a Bertrand Gachot al primer piloto de Mazdaspeed e instigador clave del éxito de Mazda, Pierre Dieudonné. Mazda supo de Volker Weidler gracias a sus hazañas en Japón por lo que pronto consiguió a sus conductores. Pero todavía había mucho que hacer para limar algunos detalles en el trío de jóvenes que aún tenían grandes ambiciones como pilotos en solitario.
“Eran inmaduros cuando fueron reclutados por el equipo de Le Mans en 1990”, recuerda Dieudonné. “Lograban hacer vueltas rápidas, pero eran bastante inconsistentes. Pero en Le Mans en 1991, fueron capaces de hacer la carrera sin un solo error. Crecieron rápidamente y se dieron cuenta que en Le Mans había que ser inteligente, no sólo ser rápido.”
La fiabilidad del ensordecedor 787B, junto con el ritmo de Herbert, Gachot y Weidler fueron claves para Mazda, que se convirtió en el primer fabricante japonés en ganar La Sarthe.
“Creo que una de las principales razones por las que Johnny decidió ir con Mazda y hacer Le Mans después de sus problemas anteriores en la F.1 fue que quería demostrar al mundo que estaba de nuevo en plena forma después de su accidente”, dice Dieudonné. “Después de todo, si puedes frenar de forma suficiente durante 24 horas en un Mazda del Grupo C, entonces puedes asegurarte de que puedes ir adelante con un par de horas en un coche de F.1”.
“Cuando hacíamos cambios en el box, ver sus pies era horrible. Aún tenía las lesiones y se podía ver incluso pequeños trozos de carbono que salían de su piel. Todavía tenía mucho dolor. Todo el mundo veía al bueno de Johnny feliz, y realmente era así, pero el chico tenía un dolor tan grande… y hay que decir que él hizo frente a todo eso de manera increíble. Era un tipo súper resistente y realmente yo le respetaba”.
Herbert sufrió de deshidratación en el tramo final de Le Mans en el 91, probablemente a causa de no seguir del todo las indicaciones del médico y fisio del hotel que Dieudonné le proporcionó.
“Estaba tan concentrado que cuando lideraba el final quería evitar otro cambio de conductor, por lo que hizo un largo relevo, que finalmente le destruyó. Después parecía un fantasma y fue triste que no pudiese subir al podium”, recuerda Dieudonné.
Muchos otros “fantasmas” habían sido enterrados por Herbert ese fin de semana en La Sarthe, y aunque todavía quedaba un largo y doloroso camino hacia su primera victoria en la F.1 en Silverstone en 1995, no lo sería tanto como lo habían sido los años anteriores.
Por Sam Smith para la campaña #GreatFightbacks de Dunlop sobre las diez hazañas más grandes del deporte motor.