El empresario Carl Fisher dejó su marca en el automovilismo de una manera especial. No como un piloto laureado o el dueño de equipo exitoso sino como la persona que construyó uno de los circuitos más emblemáticos de la historia del deporte motor: el Indianápolis Motor Speedway. La obra se concretó en 1909 a un costo de tres millones de dólares e incluyó el óvalo de 2,5 millas (4 kilómetros) para albergar todo tipo de carreras, incluso de bicicletas.
Las primeras carreras que se llevaron a cabo en esta pista fueron de globos aerostáticos y motocicletas. Recién el tercer evento fue una carrera de autos, que fue la que más interés captó entre el público debido a que la industria del automóvil estaba en pleno auge. Además, cuando no había competencias, el óvalo servía como pista de pruebas para las automotrices.
Si bien los circuitos se convirtieron en el lugar ideal para realizar las competencias de manera segura, algo que no sucedía con las pruebas de velocidad en carreteras; Indianápolis fue escenario de cinco muertes en su primer año.
Esto llevó al gobernador de Indiana a ordenar a Fisher la adición de medidas de seguridad, como muros, trampas de arena, marcadores gigantes y tribunas para proteger al público, así como mejoras en la seguridad de las carreras. Sin embargo, el cambio más notable fue la sustitución del alquitrán y las piedras como capa asfáltica por 3,2 millones de ladrillos.
Dos años después de su inauguración del Trazado se realizó una carrera que se transformaría en una de las más importantes del deporte motor: las 500 Millas de Indianápolis, celebradas el último domingo de mayo en conmemoración del Día de los Caídos.
Durante las dos Guerras Mundiales, el circuito detuvo su actividad deportiva para convertirse en una base y un aeródromo estadounidense. En 1938, se asfaltó toda la superficie del circuito, excepto una parte de la recta principal.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Eddie Rickenbacker, genio de la aviación y propietario del circuito desde 1927, lo abandonó y lo dejó en la ruina. Sin embargo, en 1945, Tony y Mary Hulman lo adquirieron por 750.000 dólares con la visión de revivirlo.
Comenzaron reemplazando las gradas de madera por cemento y acero, creando el famoso museo y revitalizando el espectáculo de las carreras, lo que llevó a su ingreso en el Mundial de Fórmula 1.
En 1961, se asfaltó por completo la pista, dejando la icónica “yarda de ladrillo” (Brickyard) como recuerdo de los orígenes del circuito. La capacidad de asientos fijos del óvalo fue creciendo hasta llegar a 257.325.
Hasta 1993 la única actividad en el Indianápolis Motor Speedway eran las Indy 500, pero en la segunda mitad de los ’90 comenzó a ser escenario de carreras de NASCAR e incluso de la F.1, que se presentó en un circuito mixto creado usando parte del famoso óvalo. A raíz de estos nuevos eventos la capacidad de las tribunas se aumentó para recibir a 375.000 personas.
En 2019 el IMS volvió a cambiar de dueño. Fue comprado por Roger Penske. Se dice que pagó más de 350 millones de dólares en una transacción que incluyó la compra de la categoría IndyCar.
