Alguna vez le dijo a Jenny que olvidara los Mercedes-Benz y que se subiera a su “voiture”. También confesó tener un pequeño auto rojo que “no anda ni para atrás”, aunque lo amaba de verdad. Y hasta se enorgullecía de Susy Cadillac, que lo llevaba “donde tu mente no va”. Así de apasionado por los autos era Norberto “Pappo” Napolitano, uno de los próceres del rock argentino.
Betito, como cariñosamente le decían en su familia, nació el 10 de marzo de 1950. Comenzó a tocar la guitarra de muy chico y aunque se inició en el folclore, en su adolescencia se inclinó por el rock, un género que tomó fuerza en la Argentina en la década del ’60. Su primer grupo fue a los 16 con Los Buitres.
Su talento le permitió rápidamente formar parte de las mejores bandas del momento. Tocó con Los Abuelos de la Nada, Engranaje, Los Gatos, Carlos Bisso y su Conexión Nº 5 y La Pesada del Rock and Roll. También tuvo sus propios proyectos como Pappo’s Blues, Aeroblus y la mítica Riff. Obviamente, tuvo su propia carrera solista. Su técnica le permitió llegar a ser el niño mimado del legendario BB King, quien lo consideraba como un hijo.
Siempre fue fanático de la velocidad, pero se calzó el casco y el buzo de grande. Sin desatender la música, trataba de correr siempre que podía. Y lo hizo en diversas categorías como el TC Bonaerense, en el Club Argentino de Pilotos, GTA, Supercart, Turismo Internacional y TC Pista, entre otras.
“Hay una raza en este mundo que son los músicos fierreros y yo soy uno de ellos… Si yo fuera almacenero mis canciones hablarían de salames, de mortadela, de queso… Pero no, como me gusta el automovilismo mis canciones hablan de autos… de fierros, guitarras y mujeres bonitas”, solía decir El Carpo, gran fanático de Chevrolet.
Su mejor resultado lo consiguió en el GTA cuando fue tercero en La Pampa el 19 de marzo de 2000. “La adrenalina es bárbara, cuando corrés todo lo demás se olvida… Nunca fui a correr para ganar ni para perder. Lo mío era para dar vueltas porque me gusta andar rápido en un lugar donde todos los demás andan rápido”, admitió alguna vez.
En el barrió de La Paternal, a unas pocas cuadras de su casa, tenía un taller y una pequeña sala de ensayo. Allí guardaba su micro de las giras, sus amadas Chevy y a su Harley-Davidson Sportster 1200 que reformó para adaptarla a su gusto. Le puso un tanque de combustible más grande para tener una mayor autonomía (de 150 km pasó a tener 350 km), un manubrio Ape Hanger, un asiento con respaldo, faros y llantas. No dudaba ni un segundo en reparar él mismo sus fierros, aunque siempre con mucho cuidado para no lastimar sus virtuosas manos.
“Era un piloto muy prolijo. Creo que si le hubiese dedicado más tiempo, algo que no podía hacer por sus ocupaciones con la música, hubiese sido un muy buen corredor”, afirma el arrecifeño Rubén Bulla, ex piloto que fue amigo de Norberto desde la infancia.
Cuando se iba a una carrera, Pappo siempre tenía que escuchar el sermón de su madre, que se repetía una y otra vez. “No andes ligero, Norberto”. Claro que él le contestaba que sino andaba rápido, le ganaban todos. Entonces venía el retruque que siempre le sacaba una sonrisa: “Bueno, hacé todas las vueltas, pero despacito”.
Un 25 de febrero de 2005 Pappo partió para siempre. Tuvo un accidente de tránsito mientras viajaba en su Harley. Pero su legado continúa gracias su música y a sus canciones cantadas con esa voz profunda inconfundible.
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