En la Fórmula 1, los contratos son como las recetas secretas de la abuela: codiciados, celosamente guardados y sólo compartidos con aquellos que tienen el derecho linaje o la audacia para husmear en los lugares correctos. Sin embargo, en este juego de poder y velocidad, todo tiene un precio. Y Franco Colapinto, el joven prodigio argentino que este fin de semana debutará en la Máxima, puede dar fe de ello.
Con algunas llamadas a los contactos adecuados hemos descubierto lo que se cocinó en las sombras para que el chico de Pilar se convirtiera en piloto del equipo Williams por el resto de la temporada comenzando en el Gran Premio de Italia en Monza.
La historia comienza en Zandvoort, escenario del Gran Premio de los Países Bajos. Mucho antes del inicio de la actividad en este circuito “old school”, Williams ya había decidido que el rendimiento de Logan Sargeant no era digno de su auto. Pero como en todo buen drama, la gota que colmó el vaso fue cuando el estadounidense destrozó su máquina en la práctica libre 3. Las negociaciones para poner al argentino en la F.1 ya estaban en marcha desde antes y el de Sargeant más que un accidente, fue el destino dándole a Colapinto el empujón que necesitaba…
De la nada, el sueño de todo un país se materializó en un número: cerca de cinco millones de dólares. Eso es fue lo que habría costado el asiento disponible en Williams, un precio tan elevado como las expectativas que ahora cuelgan sobre los hombros del piloto de 21 años.
¿Pero de dónde vino este dinero? No fue magia, ni fue sólo el esfuerzo de una vida dedicada a las carreras. Fue un cóctel de patriotismo, desesperación y marketing bien dirigido. Las fuentes consultados por Automundo mencionan que la mayoría de las empresas que aceptaron esta patriada con forma de F.1 son las mismas que estaban con Franco desde el año pasado.
Hay dos compañías que se mencionan como fundamentales para cerrar el acuerdo y que se verían en el auto conducido por el argentino: Globant y Big Box. Pero habría una tercera que hasta ahora no estaba junto a Franco. Se trataría de Mercado Libre, esa bestia del e-commerce que habría decidido poner su marca en la F.1 de la mano de este joven argentino con hambre de gloria.
Pero el auto no contará toda la historia. En el buzo ignífugo de Colapinto, dos nombres más estarán presentes, aunque fuera del radar de las cámaras: YPF, que no puede aparecer en el Williams debido al acuerdo entre el equipo y Gulf; y el Automóvil Club Argentino, al que tantas veces se le objetó no tenderles una mano a los aspirantes a seguir el camino de Juan Manuel Fangio, José Froilán González y Carlos Reutemann.
Y si creen que esto fue obra del destino, piensen de nuevo. Todo comenzó hace un año, cuando una armada de fanáticos decidió que Colapinto merecía su lugar en la Fórmula 1. Una campaña en redes que llamó la atención del mismísimo Bizarrap, ese genio musical que, al enterarse del sueño de Franco, decidió mover algunos hilos. No es que haya compuesto una canción sobre motores, pero lo que hizo fue casi igual de importante: abrió su agenda y compartió los contactos de las empresas que, hasta entonces, no tenían ni idea de quién era Colapinto.
Ahora, un joven de Pilar, Argentina, se prepara para enfrentar su mayor desafío en Monza, el templo de la velocidad. Ha entrenado, ha soñado, y ahora, con el respaldo de empresas argentinas y la esperanza de una nación, Franco Colapinto está listo para hacer historia. Porque en la Fórmula 1, los sueños no se cumplen; se compran. Y alguien ha estado dispuesto a pagar el precio.
