La primera travesía al desierto del Sahara en automóvil tuvo lugar del 19 de diciembre de 1922 al 7 de enero de 1923 con cinco autocadenas Citroën: Scarabée d’Or, Croissant d’Argent, Tortue Volante, Bœuf Apis y Chenille Rampante (los dos últimos vehículos de carga).
Bajo el doble mando de Georges-Marie Haardt, jefe de expedición, y de Louis Audouin-Dubreuil, su segundo; recorrieron más de 3.200 km por el desierto en la ida. El regreso no estaba inicialmente previsto, pero el éxito de la operación y la fiabilidad de los vehículos convenció al equipo para regresar por el mismo camino duplicando, de este modo, el éxito alcanzado.
Además del fantástico logro tecnológico conseguido en 1922 con los autocadenas construidos sobre la base del Citroën B2 10 HP modelo K1, esta expedición abrió el camino a los posteriores Cruceros Citroën (Negro, Amarillo, etc.) y a la realización de rutas inexploradas que fueron posteriormente retomadas por los estados mayores de todas las naciones.
La expedición fue llevada al cine y contada en libros, como demostración del saber hacer y de un espíritu de aventura inherente desde siempre a la marca Citroën. Sin olvidar, una pequeña historia dentro de la gran aventura: al equipo le acompañó Flossie, un perrito que Hergé tomó como inspiración para el célebre Milú, compañero de Tintín.
Para preparar la travesía del Sáhara desde Touggourt (Argelia) hasta Tombouctou (Mali), André Citroën creó un servicio especial en enero de 1921. La misión se llevó a cabo con vehículos equipados con orugas Kégresse.
André Citroën supo ver las posibilidades del invento: un mecanismo con una banda sin fin creado por Adolphe Kégresse. Esta primicia mundial inspiró todos los rallys de largo kilometraje de la historia moderna.
Este viaje de exploración se realizó bajo la atenta mirada de la prensa de la época con boletines regulares en los periódicos cada vez que las transmisiones de radio o de telégrafo conseguían llegar a París desde el desierto.
En el prólogo del libro de la expedición, publicado en 1923 por la editorial PLON, André Citroën indica, hablando de los aventureros: “(…) Su mayor satisfacción es poder decir que, gracias a ellos, se ha edificado una obra perdurable que seguirá dando resultados incluso cuando ellos mismos hayan desaparecido. Para ellos, esto es lo esencial: los arquitectos mueren, pero el templo queda para siempre”.