El Shelby Cobra es uno de esos autos que han trascendido su época. El vehículo, que nació de la sociedad entre el fabricante británico AC y el estadounidense Carroll Shelby, tuvo su esplendor a fines de la década de 1960. Pero su legado aún continúa en forma de réplicas y recreaciones. Entre estas últimas se destaca el Biscayne Roadster, creado por la empresa argentina Bessia Motorsport en Don Torcuato (Buenos Aires).
Justamente en el esplendor del Cobra, Osvaldo Bessia inició su campaña como piloto. Pasó por el Turismo Mejorado, la Fórmula 4, la Fórmula 2 y la Mecánica Argentina Fórmula 1. Y como sucedió con el propio Shelby, al finalizar su etapa detrás del volante de un automóvil de competición siguió vinculado a la velocidad a través de la fabricación de vehículos en pequeñas series. Primero replicó al Lotus Seven y desde 1992 le rinde tributo al Shelby Cobra con la producción del Biscayne Roadster.
El Biscayne Roadster no es una réplica exacta del Shelby Cobra ya que si bien los lineamientos generales y los rasgos exteriores son los mismos, algunas medidas del vehículo de Bessia no se corresponden exactamente con la creación del texano. Por eso a su constructor siempre le gusta aclarar que se trata de una “recreación”.
LA HISTORIA DEL SHELBY COBRA
Comenzó a correr de grande, a los 29 años, para ser más exactos. Y su campaña deportiva solo duró nueve temporadas. Pero en ese tiempo se consagró como un gran piloto. Se destacó sobre autos sport, se dio el lujo de correr en la Fórmula 1 y hasta ganó las 24 Horas de Le Mans (1959) Una vez retirado de las pistas, en octubre de 1960, Carroll Shelby no puso fin a su vida vinculada al automovilismo y a los autos. En realidad dio vuelta la página para iniciar un nuevo capitulo.
Las visitas que Shelby hizo durante su época de piloto a las fábricas de automóviles de producción limitada en Europa fueron suficientes para que se diera cuenta que a Estados Unidos le faltaba una gran apuesta… “Una apuesta ganadora”, como dijo en algún momento. Sintió que su país necesitaba un deportivo para todo propósito que le permitiera a sus dueños “ir de compras al supermercado y correr los fines de semana”.
Shelby sabía que si quería hacer algo así debía encontrar un socio en Reino Unido, donde había varios fabricantes de pequeños deportivos, y apuntó a un constructor específico: AC Cars, la empresa que habían fundado los hermanos John y Harry Weller y el empresario John Portwine durante la primera década del 1900.
El ex piloto posó sus ojos en el AC Ace, un pequeño deportivo que le permitió a la compañía británica trascender durante la década de 1950. El auto utilizaba una estructura tubular muy ligera, con suspensión independiente en las cuatro ruedas a base de semiballestas y una carrocería abierta de aleación de dos plazas, claramente inspirado en el Ferrari Barchetta.
El auto montaba un impulsor Bristol de seis cilindros en línea de dos litros con una potencia de 100 CV. Con esta mecánica el pequeño auto alcanzaba los 166 km/h de velocidad máxima y aceleraba de 0 a 100 km/h en 11,4 segundos. Sin embargo, no era un motor deportivo. Fue allí donde los intereses de Shelby y AC se cruzaron.
UNA CARTA QUE LO CAMBIÓ TODO
En septiembre de 1961, Shelby les escribió una carta a los ingleses y les dijo que él podía poner un V8 en el Ace. En AC se entusiasmaron con la propuesta, más conociendo los antecedentes del texano sobre un Allard J2 al que también le había montado un V8.
Las partes cerraron trato inmediatamente y con el aval de AC, Shelby comenzó a buscar un proveedor de motores. La primera opción fue Chevrolet, pero a la marca no le agradó entregarle su mecánica a un vehículo que podría rivalizar con su Corvette.
Tras esta negativa, Shelby tentó a Ford con el proyecto. Y esta vez no tuvo objeciones. Ford, compañía con la que el texano realizaría una alianza exitosa que ha llegado a nuestros días, se comprometió a entregarles motores V8 de 221 pulgadas cúbicas (3.6 litros) y 260 pulgadas cúbicas (4.3 litros), además de las transmisiones.
En enero de 1962, AC comenzó a probar el Ace con el 221. Obviamente, le realizó las modificaciones necesarias para la nueva mecánica. La principal fue dotarlo de un diferencial trasero más robusto para soportar los 268 CV de potencia que le permitían superar los 240 km/h.
Tras los ensayos, el vehículo de prueba fue enviado al taller de Shelby en Los Ángeles. Ocho horas después de haberlo recibido, el ex piloto ya lo estaba probando y hasta lo había bautizado como Cobra porque así lo había soñado.
La producción del deportivo comenzó en marzo de 1962 y se extendió hasta 1968. La versión de serie más potente fue la que montó el V8 427 (7.0 litros) con 425 CV. Aunque en realidad hubo un Cobra aún más poderoso: el Shelby Cobra Super Snake, que Carroll Shelby construyó para él mismo. Mantenía el motor 427 y sumaba dos compresores Paxton que le permitieron alcanzar los 800 CV.
BISCAYNE ROADSTER, UN DIGNO HEREDERO
En estos 20 años, Bessia Motorsport ha fabricado 175 unidades del Biscayne Roadster que mantienen vivo el recuerdo del Shelby Cobra. Las primeras 174 fueron matriculadas bajo la Ley de Armados Fuera de Fábrica, mientras que el ejemplar número 175 se patentó hace solo unas semanas a través de la nueva Ley de Autos Artesanales, aprobada en 2014 y reglamentada en 2018.
La producción de cada vehículo se hace de manera artesanal en la fábrica de Don Torcuato y cada ejemplar demanda unos tres meses de trabajo. Se ofrecen con tres tipos de motores Ford V8 de 250 CV, 350 CV y 400 CV.
El impacto que tuvo el Cobra Shelby entre los fanáticos de los autos y las carreras se ve reflejado en la infinidad de tributos que se le realizan alrededor del mundo. Y el Biscayne Roadster es el mejor exponente en la Argentina.
El deportivo argentino, como sucedió con el Cobra original, también se luce en competencias como las que organizan la Asociación Argentina de Automóviles Sport y el Club de Automóviles Sport, donde ya suma cinco campeonatos. Algo de lo que Carroll Shelby, seguramente, también estaría orgulloso.
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