
Por Wagner Gonzalez
El pasado domingo el inglés Lewis Hamilton ganó el Gran Premio de Eifel en Nürburgring e igualó al alemán Michael Schumacher como el mayor vencedor de la historia de la Fórmula 1: desde ahora los dos suman 91 victorias. En la misma carrera, el finlandés Kimi Räikkönen participó en la 323ª oportunidad en una competencia oficial y se convirtió en el piloto con mayor número de participaciones en la categoría. Si hay muchos que elogian tales logros, también hay quienes consideran esta información como números fríos y calculadores.

El radicalismo nunca fue una práctica saludable para una raza gregaria y social como la de los humanos. Dicho esto, dejo claro que los logros del inglés, alemán y finlandés son trascendentes, pero insuficientes para eliminar una discusión clásica: ¿quién es el más grande de todos los tiempos?
El escenario de la F.1 en cada década desde 1950 es como mucho similar, pero nunca igual y sus extremos lo demuestran: en los años ‘50 el promedio de carreras por año era de siete, incluidas las 500 Millas de Indianápolis (que formó parte del Campeonato del Mundo hasta 1960), 16 pilotos participaron regularmente en la temporada (descontando los 33 que partieron en la carrera estadounidense) y 21 puntuaron cada temporada. En la década de 2010 el calendario contaba con una media de 20 carreras, se inscribían 24 corredores cada año y de estos 18 puntuaban. Una curiosidad que vale la pena: solo en 2018 todos los pilotos (20) participantes en el campeonato de 21 etapas sumaron puntos.

El análisis de estos números revela datos muy interesantes, como los de la década de 1950, cuando el argentino Juan Manuel Fangio ganó cinco de cada diez campeonatos conduciendo autos de cuatro fabricantes diferentes. Logro memorable. Pero ¿qué pasa con Stirling Moss, el primer piloto en ser llamado campeón sin título, cortesía de cuatro subcampeones (55/56/57/58) y un tercer lugar (59)? Otros campeones de la época fueron los italianos Nino Farina (1950) y Alberto Ascari (1952/1953), el inglés Mike Hawthorn (1958) y el australiano Jack Brabham (1959).

En la década siguiente, ningún piloto alcanzó el logro de Fangio: Brabham (1960/1966), el inglés Graham Hill (1962/1968) y el escocés Jim Clark (1963/1965) fueron los únicos en ganar dos títulos en ese período en el que la versatilidad era una marca trascendente. Clark y Hill incluso ganaron las 500 Millas de Indianápolis, un bastión hasta ahora prácticamente prohibido a los extranjeros. El escocés sí pudo batir un récord de Fangio: ganó 25 veces, una más que el argentino.
La diversidad de aquellos tiempos se hizo aún más evidente cuando notamos a los otros campeones: el estadounidense Phil Hill (1961), el inglés John Surtees (1964), el único en la historia que ha sido campeón del mundo de motociclismo; el neozelandés Denny Hulme (1967) y el escocés Jackie Stewart (1969). Fueron años en los que las temporadas tuvieron un promedio de 10 carreras, 19 pilotos regulares y 20 anotados cada año. El estadounidense Dan Gurney, que ganó solo cuatro veces en 86 largadas, fue el único rival temido por Clark y se destacó por su habilidad técnica y creando y desarrollando soluciones.

En la década siguiente, los torneos crecieron 14,4 veces en promedio, 21 pilotos puntuaron cada año y 30 pilotos asistieron a las listas de suscriptores. Stewart 1971/1973), el brasileño Emerson Fittipaldi (1972/1974) y la austriaca Niki Lauda (1975/1977) fueron los más destacados con dos títulos en un período que enfrentó a siete campeones diferentes. Los otros fueron el austriaco Jochen Rindt (1970), el inglés James Hunt (1976), el estadounidense Mario Andretti (1978) y el sudafricano Jody Scheckter (1979). Es imposible dejar de lado al sueco Ronnie Peterson (123 GPS, 10 victorias).
La libertad de regulación y el precio asequible para comprar motores Ford Cosworth, cajas de cambios Hewland y kits de frenos de varios proveedores facilitó una cierta trivialización de la categoría: cada año, en promedio, se inscribieron 15 equipos para competir entre 17 y 18 carreras y por cada 38 pilotos cuyos nombres aparecían anualmente, aproximadamente la mitad (19,5) puntuó. La juerga fue tal que en 1989 se pintaron 54 nombres diferentes en las cabinas de los coches de 20 equipos, un récord histórico.
El brasileño Nelson Piquet (1981/1983/1986) y el francés Alain Prost (1985/1986/1989) destacaron frente a nombres que acabaron con sus carreras y otros que empezaron, entre ellos campeones del mundo como el australiano Alan Jones (1980), el finlandés Keke. Rosberg (1982), Lauda (1984) y el brasileño Ayrton Senna (1988).

Un escenario similar marcó la década siguiente, cuando las temporadas vivieron días más comedidos: el número medio de pilotos registrados cada año bajó a 34,7, las largadas bajó a 34,7 registradas cada 16,2 carreras anuales y los que puntuaron disminuyeron a 16.2. La disputa entre Senna (campeón también en 1990 y 1991), Prost (1993), las impetuosas actuaciones del inglés Nigel Mansell (1992) y la aparición del alemán Michael Schumacher (1994/1995) fueron titulares interminables, así como los títulos del inglés Damon Hill (1996), primer nombre para repetir la hazaña de su padre Graham; el canadiense Jacques Villeneuve (97). El finlandés Mika Häkkinen es un ejemplo del Ave Fénix: después de un violento accidente en Adelaida en 1995, se recuperó para ganar el doblete en 1998 y 1999.

La primera década del siglo XXI marca la expansión del calendario con la inclusión de nuevas pistas de carreras y un promedio de 20 carreras. Las vacantes se volvieron menos rotativas (26 cada año), así como el número de pilotos que puntuaron (19). Schumacher (2000/2001/2002/2003/2004) y el español Fernando Alonso (2005/2006) se convirtieron en los grandes nombres ante otros campeones como el finlandés Kimi Räikkönen (2007) y los británicos Lewis Hamilton (2008) y Jenson Button (2009). Rubens Barrichello, subcampeón en 2002 y 2004 y tercero en 2001 y 2009, merece mención en la década marcada por el período dominado por el alemán.
El uso cada vez más exacerbado de la tecnología hizo de la década de 2010 un período de lo más monótono: el alemán Sebastian Vettel fue campeón durante cuatro años consecutivos (2010/2011/2012/2013) y Hamilton (2014/2015/2017/2018/2019) y el alemán Nico Rosberg (2016) en el resto de temporadas. El hecho de que solo los equipos Red Bull y Mercedes hayan dominado consolida la afirmación del principio de la frase. Hoy la hegemonía de Hamilton no ha cesado a pesar de los esfuerzos del finlandés Valtteri Bottas y el audaz neerlandés Max Verstappen.

Tengo la suerte de haber convivido con distintos grados de cercanía con tres campeones del mundo, Emerson Fittipaldi, Nelson Piquet y Ayrton Senna, y de haber entrevistado a muchos otros, entre ellos Juan Manuel Fangio, Alain Prost y Mika Häkkinen. Asimismo, las distintas temporadas que he seguido a la F.1 GP tras GP por todo el mundo me han permitido conocer, e incluso convivir, con muchos ganadores, participantes y seguidores. Por todos estos motivos, me siento seguro al decir que es imposible señalar con el dedo a ninguno de ellos y clasificarlo como el mejor de todos los tiempos.

Las razones de esto son los valores sociales y económicos de cada época, los logros tecnológicos de uno u otro constructor y la alegría de que las ventajas de estos temas se alineen en torno a uno u otro piloto. No cabe duda de que los que ganaron un solo título, tienen capacidad y una estrella más grande que los que no alcanzaron tanto. No hace falta intentar definir por qué no repitieron la dosis: Rindt es el único campeón póstumo de la historia; Keke Rosberg ganó solo una carrera en el ‘82 y se estableció sobre la base de la regularidad, mientras que su hijo emuló este logro, pero fue subcampeón en 2014 y 2015 en una competencia directa con el mismo Hamilton que está a punto de convertirse en el mayor ganador de GP de la historia.

El inglés ha comenzado 261 carreras desde 2007, lo que significa 19 carreras por año. En nueve temporadas Fangio se ha alineado en 51 carreras, cifra que el inglés alcanza cada dos temporadas y media. Son solo dos ejemplos, pero lo suficientemente grandes para destacar a ambos, a todos los demás pilotos mencionados anteriormente y recordar que muchos otros, incluidos algunos que ni siquiera han tenido la oportunidad de conducir un F.1, podrían haber hecho lo mismo o mejor.
El camino que toma cada piloto para llegar a la F.1 es único, sin importar cuántas curvas hayan competido en común con sus rivales o cuántas pistas de carreras conozca tan bien como su compañero de equipo. Sobrevivir y ganar en la máxima categoría del automovilismo requiere mucho más que pura habilidad al volante, en las negociaciones con los jefes de equipo o en la sinceridad de la sonrisa impresa frente a las cámaras de televisión y la audiencia de los invitados.
Hay que vivir el momento intensamente y disfrutar la vida con lo que pone sobre la mesa. Esto da la oportunidad de que todos seamos excelentes en lo que hacemos.