
En los ‘70, Detroit era conocida como la cuna del automóvil en Estados Unidos. Era la ciudad donde se fabricaban algunos de los coches más icónicos y poderosos del país. Sin embargo, también era una ciudad que estaba atravesando una época difícil.
La industria automotriz, que había sido el motor económico de la ciudad durante décadas, comenzó a sufrir un declive debido a la competencia de los fabricantes japoneses y a la crisis energética de 1973. Esto se tradujo en un alto índice de desempleo y una economía en recesión.
Además, Detroit también estaba lidiando con problemas de violencia y delincuencia. La ciudad había sido escenario de disturbios raciales en 1967 y la tensión entre las comunidades de color y la policía seguía siendo alta. La pobreza y la desesperación eran comunes en muchos barrios de la ciudad.
Sin embargo, entre esta oscuridad, surgían destellos de esperanza y de un espíritu de resistencia. El movimiento de derechos civiles continuaba luchando por la igualdad y la justicia. La música, especialmente el soul y el funk, seguía siendo una fuerza poderosa en la comunidad negra de Detroit. Y las carreras callejeras nocturnas eran una vía de escape y una forma de mostrar resistencia contra la opresión y la desesperación.
La policía de Detroit tomó medidas para luchar contra esas carreras ilegales. Una de las principales estrategias fue la patrullaje y vigilancia en las zonas donde se llevaban a cabo. Los oficiales también realizaban redadas y arrestos de conductores y espectadores involucrados en las carreras.
Además, utilizaba medidas legales para desalentarlas. Los conductores podían ser arrestados por conducir de manera imprudente y sus coches podían ser confiscados. También se implementaron leyes más estrictas para controlar la modificación de los vehículos y se realizaron inspecciones para asegurar que cumplieran con las normas de seguridad y emisiones.
Paralelamente, se trabajó con la comunidad para educar a los jóvenes sobre los peligros y promovía alternativas seguras y legales como las carreras de drag en las pistas de carreras.
Godfrey Qualls, un veterano de guerra y héroe de la División 82º de paracaidistas del ejército de los Estados Unidos, estuvo en los dos lados de la escena de las carreras callejeras. Es que de día era policía de tráfico, mientras que de noche era uno de los tantos corredores que mostraban sus agallas de un semáforo a otro. Qualls se hizo un nombre con su imponente Dodge Challenger R/T negro equipado con un motor Hemi 426 de 425 CV.
Este modelo especial contaba con un cambio manual HURST de cuatro velocidades, seguros del capó y tapa del combustible con cerradura y el paquete SE con cromados para un aspecto más lujoso. Sin embargo, un error en el proceso de fabricación resultó en un techo de caymán en lugar del deseado techo de vinilo y un capó “Shaker” que no se instaló debido a una demanda fallida con el concesionario.
Qualls se hizo famoso por sus proezas en las avenidas Woodward y Telegraph, donde se realizaban las carreras callejeras. Allí, demostró las cualidades de su coche y las propias detrás del volante. Obviamente, nadie conocía su verdadera identidad ya que solía desaparecer en medio de la oscuridad después de cada enfrentamiento. Eso le valió el apodo de Black Ghost, el Fantasma Negro…
El policía siempre mantuvo en secreto su “otra vida” y solo poco antes de morir le contó la historia a su hijo Gregory, quien pasó a ser el nuevo dueño del Challenger negro por el que en algún momento le habían ofrecido a su padre 85.000 dólares.
Gregory Qualls cuidó del auto después de la muerte de su padre en 2015 y aunque su plan original era mantenerlo en la familia y regalárselo a su hijo, decidió venderlo en una subasta que se realizará en mayo próximo y por la que podría conseguir unos 200.000 dólares.
Tal fue el impacto del Godfrey Qualls y su Challenger en la cultura popular estadounidense, que Dodge lanzó el año pasado una edición especial Last Call llamada Black Ghost de 300 unidades que está equipada con un imponente motor de 818 caballos.